“Les expreso con sinceridad que me siento optimista…”
Los primeros recuerdos que tengo de la vida política en México reposan sobre el sillón de la sala donde mi madre nos sentó para que viéramos el discurso del cambio de gobierno. Desfile de soldados, vítores con gargantas y cornetas, una lluvia de papel picado tricolor que caía desde
algunos edificios que escoltaban el paso de un coche descapotable, largas vallas de acarreados, banderas con las siglas de sindicatos, centrales obreras y campesinas…
Ya en la Cámara, tras un largo discurso que fui incapaz de entender como una auto alabanza acompaña da de una larga ristra de logros falsos, Luis Eche ver ría entregó la banda presidencial a J osé Ló pez Portillo. El largo resoplido de mi madre llenó la sala de un aire furioso, incrédulo, insoportable e irrita do. Apagó la televisión de un manotazo y, como si estuviera en el estrado de la Cámara, palabras más palabras menos, se paró y dijo: “Nos tratan como idiotas, imbéciles, estúpidos. No quiero morir sin que todo esto cambie”.
Mi madre murió sin ver “una transformación radical”, como le escuché tantas veces decir ,“al pueblo mandan doy los políticos obedeciendo ”,“a los mejores, los más capaces, los más preparados trabajando para que los que no somos políticos nos hagamos el futuro que queramos”…
Aferrado a su misma esperanza atestigüé la salida del PRI de Los Pinos, la continuación del gobierno panista y, de nuevo, la llegada del PRI a la presidencia. La política en México, pensé, tiene una enfermedad terminal; no hay cura para sus males. Por eso el día que AMLO ganó las elecciones, su discurso me hizo creer que iba en serio lo de la transformación radical, que lucha ría con uñas y dientes para acabar con nuestros añejos y endémicos males, que la 4T no era más de lo mismo.
Sin embargo, su informe-verbena en el Zócalo vapuleó mis pocas esperanzas. Solo faltó el desfile de soldados y el papel picado tricolor para volver a 1976, y revivir el cambio de estafeta entre Eche ver ría y Ló pez Portillo.
A AMLO le urgía celebrar su triunfo pasado para hacernos olvidar el crudo presente. Ansía reinstalarse en nuestra cabeza, dotar de sentido las dádivas sociales, anestesiarnos de sus necedades y torpezas, desdibujar sus errores, enmascarar las medias verdades...
Con sinceridad, como él dice, visto lo visto en el Zócalo, no comprendo por qué se siente tan optimista.