Acuerdo y concordia
De persistir el Presidente en la descalificación generalizada al pasado o a los no afines, llevaría a la polarización, que se acentuaría en la medida en que los resultados comprometidos no se hicieran realidad, especialmente en materia de corrupción, econ
El país y el gobierno se encuentran en una encrucijada en la que hay mucho qué ganar o perder. El deseo de cambio es arrollador. Como pocas veces, hay una voluntad colectiva por mejorar que va más allá de las definiciones o afinidades partidarias o electorales. A pesar de lo accidentado del inicio y de decisiones polémicas de la autoridad, el presidente Andrés Manuel López Obrador cuenta con el respaldo de la mayoría de la población.
En todos los casos, y más ahora, la popularidad no es un objetivo en sí misma, sino un recurso muy preciado para facilitar las transformaciones y cambios que se pretenden. De la misma manera, me parece que la popularidad es veleidosa y circunstancial, aunque también debo reconocer que el vínculo del presidente López Obrador con amplios sectores de la sociedad tiene un fuerte componente emocional, lo que le permite contar con un respaldo importante independientemente de la polémica, el debate, incluso de los magros resultados. El problema es que este segmento de lealtad dura, por amplio que sea, es minoritario. De persistir el Presidente en la descalificación generalizada al pasado o a los que no son afines, llevaría a la polarización, que se acentuaría en la medida en que los resultados comprometidos no se hicieran realidad, especialmente en materia de corrupción, economía, seguridad y calidad de gobierno.
A contrapelo se puede afirmar, y es una constante de los gobiernos de las
democracias, que los proyectos y decisiones que han trascendido con frecuencia fueron contra el sentimiento popular de su momento. En el ejercicio del poder, la obsesión por la popularidad confunde, hace perder sentido de propósito y a veces inmoviliza cuando más se requiere una actitud proactiva y de búsqueda de respuestas a los desafíos que impone la realidad.
En el balance de estos meses se puede advertir que al gobierno le va mucho mejor cuando el pragmatismo gana terreno o cuando hay un ánimo de concordia frente a los demás, en particular cuando se trata de los que se sienten distantes del actual gobierno. Ya es hora de hacer las cuentas y aceptar que la imposición y la descalificación no han dejado un buen saldo. El ánimo de entendimiento y de inclusión tampoco lleva necesariamente a desentenderse del proyecto propio, al contrario: es la mejor manera de hacerlo realidad y de enriquecerlo a partir de las voluntades que se van sumando en el proceso.
Éste es el caso de la rebelión de integrantes de la Policía Federal: el denuesto y la descalificación generalizada no solo no aporta, sino que complica el acuerdo y hasta el mismo diálogo. El Presidente ha podido concitar el apoyo de la pluralidad para crear la Guardia Nacional, precisamente porque se corresponde a la exigencia pública de una mayor seguridad. El proceso de su creación y consolidación es fundamental para el bien del país. Por tal consideración, es recomendable cuidar los términos de relación con lo existente. La descalificación generalizada al pasado y a la institución por una eventual incorrección de mandos o por la insuficiencia del proyecto no permite trasladar culpa o poner bajo sospecha a todos. Si a esto se suma la incertidumbre en relación a los derechos laborales, la situación se vuelve explosiva y hace que se presente lo impensable: las fuerzas del orden que propalan el desorden.
Es evidente que la negociación y el acuerdo son el camino a los buenos resultados, así se muestra en el actual conflicto con los elementos inconformes de la Policía Federal; así también está presente en la decisión del Presidente de abrir un espacio de diálogo con las empresas que construyeron gasoductos para darle servicio de transportación de gas a la Comisión Federal de Electricidad, a manera de conciliar posiciones y evitar un arbitraje que en sí mismo es comprometedor para el gobierno. Los límites para el acuerdo son la legalidad y los valores propios del servicio público.
Es recomendable que el presidente López Obrador conceda más espacio al ánimo de concordia. El país lo requiere; su gobierno, también. El pasado se debe revisar y en su caso cambiar todo lo que sea necesario a pesar de las resistencias comunes a todo proceso de transformación. En éste no tiene que haber criterio de lo que se debe y también de lo que se puede; más bien, tienen que despojarse de dogmas o fijaciones a partir de la información.
El Presidente tiene un gabinete cuyo potencial positivo se acrecienta en la medida en que el mandatario muestre disposición a escuchar y les ofrezca la confianza que todo colaborador requiere cuando desempeña tareas difíciles y críticas.
Sin duda, es estilo del presidente López Obrador concitar lealtad y compromiso de sus colaboradores, precisamente por tal consideración sería bueno revisar los términos de su relación con ellos y definir dinámicas de trabajo que le permitan estar informado de manera óptima y valorar dilemas y opciones de forma que pueda hacer valer el proyecto político que les motiva e inspira. Para los buenos resultados, el acuerdo y la concordia siempre serán necesarios.
La obsesión por la popularidad confunde y hace perder sentido de propósito