Ana María Olabuenaga
“La ‘mano negra’ es una imagen popular, conectiva y simplona”
Para medirse la mano uno debe extender la palma, juntar todos los dedos y separar el pulgar, tomar una cinta métrica flexible y rodearse con ella la parte más carnosa —donde los dedos se unen con la palma— y hacer con la cinta lo que se conoce como la “circunferencia de la mano”. La medida que se obtiene sirve para saber la talla para cualquier tipo de guante, hasta para los del box. Bueno, en realidad no, para el guante de beisbol no, ya sabe usted cómo es ese deporte, tiene sus mañas. Para ese, uno debe medir desde la punta del dedo índice hasta la muñeca. Ahora bien, si uno quiere saber la medida de
una “mano negra”, la cosa es distinta. La “mano negra” no llega muy lejos. Por eso, cuando el Presidente la usó para explicar el paro nacional de la Policía Federal, no solo no dio una solución, sino que explicó muy poco. Es difícil medir los problemas del país en cuartas de “mano negra”.
El origen de la “mano negra” se remonta al principio del siglo pasado. Crna ruka se denomina en serbio y era una organización terrorista secreta de ideología nacionalista que tuvo que ver con el asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria, considerado el principal detonador de la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, nuestra “mano negra” no viene de esa cepa de manos, la nuestra no tiene tanta alcurnia. La “mano negra“mexicana tiene un origen más folclórico.
Nuestra “mano negra” nace en una leyenda poblana de 1908 (o sea, tantito antes de la 3T). “La mano pachona” y “la mano peluda” del Porfiriato consistían en una aterradora leyenda de una mano negra y grande, toda llena de pelos y toda llena de anillos, que subía por la pared del cementerio, te buscaba y, colgándose de tus ropas, llegaba hasta tu cara, te sacaba los ojos y después te estrangulaba (¿qué le digo?, ya sabe cómo somos los mexicanos).
Es más, nuestra “mano negra” tiene muchísimo más que ver con las versiones de Hollywood de manos psicóticas llenas de falanges enloquecidas, que con la politizada mano de los serbios. Ahí están “La mano” de Michael Caine que, después de que un dibujante la pierde, cobra vida propia y se convierte en asesina o “La mano que mece la cuna” de la niñera loca que, en fin, usted ya sabe o se imagina, o la “mano que mueve los hilos” del póster de El Padrino. Manos malévolas ¡vamos!, usted me entiende.
El punto es que esta arqueología cultural tiene un destino. La “mano negra” es una imagen popular, conectiva y simplona. Es un ejemplo al tiempo que un símbolo del poder de comunicación entre el Presidente y sus fieles. De nadie más. En otros sectores la “mano negra” no convence. La “mano negra” en voz del secretario no funciona. Más que explicar, resulta una evasiva. Es decir, que en comunicación, el poder de la “mano negra” solo alcanza para el Presidente, no llega al gabinete. No saben usarlo para hablar con los policías y evitar una crisis, ni con la cultura, ni con la ciencia, ni con el sector salud, ni con nadie. La “mano negra” no sirve para hacer cartas a mandatarios extranjeros y no la quieren llevar a reuniones internacionales porque saben bien que fallaría.
Sin embargo, si a usted le cayó en gracia lo de la “mano negra”, búsquela en la siguiente encuesta “a mano alzada”, quizá entre tanta mano por ahí la encuentra.
Esta estrategia no sirve para hacer cartas a mandatarios extranjeros ni para evitar crisis