Milenio Monterrey

“El mal gobierno actual es como sus antecesore­s”, dijo el subcomanda­nte Moisés-

- Carlos Tello Díaz

Está usted en territorio rebelde zapatista. Aquí el pueblo manda y el gobierno obedece ”. Así decía la manta tendida en la carretera por la que Andrés Manuel López Obrador viajó rumbo a Guadalupe Tepeyac, en la Selva Lacandona. Era el segundo día de su gira de trabajo por los municipios donde nació el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN): Ocosingo, Altamirano, Las Margaritas. El Presidente, que recordó que desde 1994 tenía acercamien­tos con el EZLN, mandó publicar una fotografía (“vale más que mil palabras”) en la que aparece al lado del subcomanda­nte Marcos. Llamó al EZLN ala unidad :“Mi recomendac­ión fraterna respetuosa es que no nos peleemos. Ya basta de divisiones. Necesitamo­s unirnos todos”. Los zapatistas, sin embargo, no lo quieren.“El mal gobierno actual es como sus antecesore­s”, declaró el subcomanda­nte Moisés. “Pero cambia ahora la justificac­ión: hoy la persecució­n, acoso y ataque a nuestras comunidade­s es por el bien de todos y se hace bajo la bandera de la supuesta IV Transforma­ción”.

El gobierno de Morena incluye en su seno a muchos delos líderes de la izquierda más visible de México. Son sus aliados, están representa­dos en el Congreso. Pero no ha podido captar a la izquierda de la izquierda. Al contrario, está enfrentado con ella. “Los de la extrema izquierda (…) son reaccionar­ios ”, dijo el Presidente hace unos meses en Cu autla,t ras sufrir una manifestac­ión contra la termoeléct­rica de Huexca, organizada por el Frente de Pueblos en Defensa del Agua y de la Tierra.

Nunca fueron buenas las relaciones entre la izquierda revolucion­aria y la izquierda institucio­nal en México. Chiapas fue el escenario de esa tensión hacia fines de la década de los 80. Los guerriller­os estaban inmersos en sus actividade­s en medio del revuelo que provocaron en el país las elecciones del verano de 1988. Su resultado, fraudulent­o,igual que siempre, era para ellos una prueba más de que nada haría cambiar al régimen del PRI, salvo el uso de la fuerza. Ignoraban aún que su secuela tendría consecuenc­ias tan graves en la Selva. Carlos Salinas y Cuauhtémoc Cárdenas acababan de disputar la Presidenci­a de la República. Las movilizaci­ones de los cardenista­s, por esos días, tenían cimbrados a todos los estados del país, entre los que destacaba Chiapas. Los resultados obtenidos por el ingeniero Cárdenas, tan altos, a pesar del fraude que sufrió, entusiasma­ron a muchos de los miembros de la diócesis que habían apoyado en sus inicios al EZLN. Varios de ellos tenían relaciones de amistad con personas cercanas al ingeniero Cárdenas, algunas de las cuales llegaron a trabajar a Chiapas. Destacaban dos: Hugo Sierra y Martín Longoria, ambos vinculados ya por esas fechas con el PRD. Martín, el más activo, secretario de Asuntos Indígenas en su partido, sería más tarde colaborado­r de Ló pez Obrador en el gobierno del Distrito Federal. Representa­ba ala izquierda institucio­nal, estaba enfrentado con la izquierda revolucion­aria. Trabajaba aquel entonces junto con la diócesis en su lucha por sacar a la gente de la guerrilla, para tratar de evitar la rebelión que finalmente estalló en 1994. Todo eso acababa de ocurrir en el momento captado por la fotografía que publicó hace unos días el presidente López Obrador. Es lo que explica, en parte, que hubiera sido recibido con regaños por el subcomanda­nte. Un encuentro en medio del desencuent­ro.

Nunca fueron buenas las relaciones entre la izquierda revolucion­aria y la izquierda institucio­nal

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ctello@milenio.com
CARLOS TELLO DÍAZ Investigad­or de la UNAM (Cialc) ctello@milenio.com

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