Una premeditada renuncia para descarrilar
Es improbable que Urzúa, un experimentado funcionario de alto rango y con estatura en ligas mayores, haya redactado su renuncia de motu proprio... Es imposible que desconociera sus efectos económicos malignos de proceder
l fuerte temblor económico que por unas horas sacudió el
pasado a la sociedad mexicana, debido a la inopinada renuncia del secretario de Hacienda (que ni a denuncia de nombres llega, sino solo los sugiere para alimentar la especulación), es probable que en los términos que se planteó, haya tenido su epicentro desde cotos de interés empeñados en descarrilar a la 4T.
Es improbable que Urzúa, un experimentado funcionario de alto rango y con estatura en ligas mayores, haya redactado su renuncia de motu proprio llevado de sí por alguna suerte de arrebato senil o de incontenido despecho. Es imposible que desconociera sus efectos económicos malignos de proceder como lo hizo.
Con décadas de trabajo político previo con AMLO hay cabida a una hipótesis del escándalo creado: la exhibición deliberada de su jefe. En el ánimo de Urzúa pudo haber mediado alguna forma de intriga o conspiración para llevarla a cabo, habida cuenta de la manera indiscreta, iracunda y desaseada como se verificó.
Altísimos riesgos se corrieron al hacerla circular de esa manera. Ni siquiera se contó con la presencia del renunciante en el protocolo de despedida al funcionario saliente y la bienvenida al entrante. En política, como se sabe, la forma es el fondo. Queda exhibido el divorcio que había entre AMLO y su secretario de Hacienda.
En última instancia, al parecer AMLO ni enterado estaba de la renuncia de Urzúa hasta que ya circulaba en redes sociales. Un claro desaire político hecho público de parte de uno de sus funcionarios de mayor rango. Y un desdén por las formas de cortesía elemental. El problema más allá de faltas de urbanidad y de rijosidades evidentes, es la literalidad de Urzúa: en la Secretaría de Hacienda hay caos, improvisación de políticas públicas no sustanciadas, conflictos de interés e imposición de funcionarios sin preparación para llevar a cabo sus funciones. Un diagnóstico demasiado catastrófico para no mantenerlo por lealtad in péctore. Imposible que Urzúa no supiera del alcance de sus palabras en los mercados. Si se hizo pública de la manera en que ésta se realizó debió abrigar oscuros propósitos. Hay hasta una falta de patriotismo evidente.
En los hechos, lo del secretario fue una insubordinación con efectos punitivos a AMLO y al país sobre todo. Para empezar 25 centavos de dólar adicionales en la paridad cambiaria de manera absolutamente gratuita, los debe el país gracias al numerito despechado del ex titular de Hacienda.
Desleal, indiscreto y vindicativo, el Urzúa que escribió su renuncia a los medios y no a su jefe, no podía ignorar las graves consecuencias que acarrearía su carta y en la posible corrida del peso hacia una devaluación mayorquesepodríahabersalidodecontrol.
Funcionario sexagenario de entre los cinco con más altos cargos en el gobierno de la República (los otros serían el Presidente de la República, la Secretaría de Gobernación, el secretario de la Defensa y el secretario de la Marina), Urzúa de forma irresponsable puso en ignición demasiado fuego para jugar en esa lumbre la suerte del país. Quizá los intereses encontrados de los que habló lo incluían a él también.
AMLO y su equipo compacto por otra parte también mostraron cierta imprevisión que lo hace vulnerable a contingencias políticas. Ya lo había exhibido antes con Trump y luego más recientemente con la Policía Federal, justo cuando estrenaba la Guardia Nacional. El Presidente no parece contar con un atlas de riesgos en seguridad nacional que sería la primera provisión de equipos de cualquier gobierno entrante en el mundo.
Tal vez es así porque confía demasiado en sí mismo y en su capacidad de reacción. Pero los costos son muy altos. En cada crisis sin planes preconcebidos de acción y con escenarios alternativos, por lo menos en líneas generales se crean peligrosos vacíos de poder, su imagen se desgasta innecesariamente y se cometen yerros que podrían haberse evitado de haber mediado mínimas planificaciones sobre hipotéticos sucesos. Algo así como extintores de fuego político, criminal o económico con responsables de activarlos donde se tuviera previsto que podrían surgir eventualmente. En lugar de eso, y aquí es imposible no conceder algo de razón a sus críticos, la improvisación aflora y en consecuencia las contradicciones del régimen se hacen más notorias.
Pecando de ingenuidad cabe urgir a la 4T una suerte de contraloría de gestión política que sirva de correa de transmisión sobre los avances y retrocesos del régimen en diferentes áreas para detectar con oportunidad vulnerabilidades evitables. Claro que para eso sería preciso que primero funcionara la Secretaría de la Función Pública y se asomara al lugar donde varias cargas explosivas están a punto de detonar políticamente: la Conade y las presuntas malversaciones.