“Ante la violencia, AMLO hace lo que mejor sabe hacer: culpar a gobiernos anteriores”
Más de cuarenta muertos —decapitados, calcinados, ejecutados en plazas públicas y demás linduras— nomás el fin de semana pasado, a lo largo y ancho del territorio nacional, confirman que atravesamos el periodo más violento de nuestra historia contemporánea, con cada año rompiendo el récord del anterior: 28 mil 700 en 2017, casi 36 mil en 2018, y en 2019, nomás entre enero y junio, rozamos los 29 mil. Esto con una enorme cifra negra de entidades que no reportan o que reportan menos, como la mismísima Ciudad de México bajo Miguel Mancera, donde, nos venimos enterando,
al menos 55 casos de homicidio fueron clasificados como meras denuncias de hechos (bueno, sí fueron denuncias, dirán los burrócratas; que hayan sido de homicidios ya es otro asunto), o como cuando se intenta nombrar crimen pasional a una ejecución pública de dos mafiosos extranjeros con antecedentes penales dentro y fuera del país.
Ante esta lluvia de balas López Obrador hace lo que mejor sabe hacer, que es culpar a las administraciones anteriores por su fallida estrategia; sin la menor duda, tanto Calderón como Peña Nieto fueron cabalmente ineficientes al confrontar sin subsanar las causas de nuestra violencia endémica. Nomás que de allí a decir “Hemos controlado la situación, según nuestros datos” es una mentira franca, sobre todo porque las cifras de este sexenio —es decir, las de las procuradurías y las del Inegi, porque ya sabemos que los famosos otros datos de López Obrador vienen de sitios míticos e inescrutables, que nadie puede ver— no solo son igual o peor de desalentadoras, sino porque las estrategias oficiales van de lo ridículo a lo patético, como que ya no va a haber violencia porque los jóvenes van a tener becas (ajá), o como pedirle a los criminales que no sean malos, que se porten bien porque sus mamás van a ponerse tristes: quiero que eso último se lo diga a la sicario de la plaza Artz, Esperanza “N”, quien dijo cobrar 5 mil pesos por cadáver y que, por supuesto, es madre. Por no mencionar a las francamente preocupantes; allí está el elefante vestido de soldado en medio del cuarto: la nueva policía militar que nos cargamos.
No hay indicios de que avance la desregulación de la mota; no hay indicios de que se estén preparando cuerpos policiacos civiles, con penetración y pertenencia en los barrios y comunidades; no hay indicios de políticas sociales más allá de las electoreras; no hay indicios del desmantelamiento de los cárteles donde realmente les duele, que es en sus redes financieras, y no hay indicios de que vaya a haber una reforma penal digna de tal nombre. Por no hablar de otros datos que el Presidente no se digna mencionar: los feminicidios rampantes; los asesinatos a activistas y periodistas y las fosas comunes, que brotan como flores en primavera.
La realidad es que, ante la ola de sangre que nos ahoga, entre la incompetencia y la corrupción de nuestras autoridades, presentes y pasadas, no queda más que entender que estamos solos; que no hay salvadores y que, quien diga serlo, nos miente.
Ante lluvia de balas, AMLO hace lo que mejor sabe: culpar a las administraciones anteriores