Violencia: la sensación de eterno retorno
En una tierra donde el trabajo es sagrado, los empleados ya no se presentan a ciertas horas y contratar se ha vuelto cada vez más difícil. La ola de violencia golpea empresasycomerciosporqueyagolpeódemasiadoalagente.
Quienes trabajan en las tiendas resultan amenazados. “No denuncies porque venimos por ti”, les gritan al terminar el saqueo. Y lo cumplen, o al menos eso piensan las víctimas.
La vida ahí está trastocada. La semana pasada hallaron los cadáveres de cuatro jóvenes atados de pies y manos, con huellas de tortura y con heridas mortales de arma punzocortante. La misma tarde, asesinaron a un hombre con 12 balazos y otra bala lesionó a su pareja, con quien caminaba en plena tarde.
La semana anterior, una persona fue atacada a tiros fuera de un taller mecánico. El día 18 apareció un cadáver con señas de violencia. El 15, una mujer de 21 años murió por heridas de bala. Y un motociclista fue lesionado por disparos.
El miedo se adueñó de este pequeño municipio industrial, Cadereyta, donde hay dinero y bienes como para atraer de distintas maneras a la delincuencia organizada. Pasada cierta hora, la gente se guarda.
La policía municipal ofrece un servicio nulo a la población, a pesar de que hace apenas un año el estado intervino, exigió pruebas de control y confianza, retiró a los elementos no aprobados y dejó de nuevo al municipio en sus propias manos. En otras partes estas acciones funcionaban, al menos por más tiempo. Aquí no.
Ante esta nueva ola sangrienta, la policía estatal entró otra vez al quite. Por segunda ocasión tomó el controldelaseguridaddelmunicipio,revisólosexpedientes de cada uno de los miembros de la corporación. Sorpresa, tras la depuración se habían vuelto a contratarelementosdadosdebajaentonces.Ademáshabían reclutado a otros sin pasar pruebas de confianza.
Como siempre, la delincuencia cuenta con la autoridad. De qué nivel, de qué forma y en qué circunstancias, eso es variable. Mandos policiacos medios o superiores e incluso integrantes del cabildo, colaboradores activos o atados de manos, comprados o amenazados con la célebre ley de plata o plomo... El hecho es que las corporaciones quedan infiltradas y las autoridades, debilitadas, intimidadas o corrompidas: jugando de su lado.
Nada nuevo. En algunos estados, particularmente del norte, esto comenzó hace décadas y durante mucho tiempo se dejó pasar. Nadie se daba cuenta, o nadie quería hacerlo. La novedad ahora es la repetición. No basta intervenir y depurar las policías del país, sino que se requiere no despegarse ni siquiera unos meses porque todo regresa adonde estaba. Esta sensación de eterno retorno es equivalente a la del fracaso.
Cerca de ahí, sin embargo, hay experiencias de policías municipales que han demostrado no ser blindadas pero sí lograr objetivos de colaboración con la sociedad y no con la delincuencia. Tienen dos características claras. Primera, alcaldes y mandos dedicados 100 por ciento a su función. Segunda, enfoque en las funciones de policía de proximidad y justicia cívica, especializadas en la prevención del delito. Tercera, apoyo de fuerzas federales y estatales. Lleva tiempo, pero al menos las historias aquellas no se repiten.
El hecho es que las corporaciones quedan infiltradas y las autoridades, debilitadas