Letras. Jordi Soler: mi escritura tiene vocación nómada
El autor reflexiona sobre el entorno de una familia que llega a México, huyendo de la Guerra Civil española
Ya casi se cumplen dos décadas de que Jordi Soler asumió como agregado cultural de México en Irlanda. Su primera estancia larga fuera de México fue también tiempo de las primeras oportunidades para reflexionar sobre los orígenes de su familia, aunque lo que tomó forma en su narrativa vino del impulso de otra persona.
“Estaba sentado en mi oficina en Dublín, y me llamó el director de la revista de El País, quien leyó en una columna que había nacido en una comunidad de republicanos catalanes en la selva de Veracruz y me invitó a hacer un artículo. Ahí se abrió una especie de grifo que no ha parado hasta ahora: la historia de mi vida fue detonada de manera accidental, me habló una tercera persona y me dijo ‘ponte a escribir sobre esto’”.
“Esto” de lo que habla Jordi es un acercamiento a su infancia en La Portuguesa, una pequeña comunidad cercana a Yanga, en Veracruz, en donde se estableció su abuelo tras huir de la Guerra Civil española, a través de una serie de novelas y hasta de un libro de cuentos donde no solo aparece su familia, sino todo el entorno en el que nació, toda esa comunidad de republicanos catalanes en la selva de Veracruz.
“Es curioso —cuenta el colaborador de MILENIO—, porque antes escribí cuatro novelas que no tenían que ver con el tema. Las empecé a escribir en Dublín, quizá porque cuando vivía en México estaba demasiado cerca del objeto de mi escritura y al estar en una ciudad que está en medio emocionalmente de Veracruz y de Barcelona, conté con la distancia suficiente para hacer este trabajo de arqueología”.
Los rojos de ultramar, La última hora del último día y La fiesta del oso son los títulos en los que se aparecen de manera clara los
días de la familia de Jordi Soler en esa selva veracruzana, por supuesto también su infancia, reunidas ahora por Alfaguara en el volumen La guerra perdida, titulada así, explica el escritor, porque de no haber perdido la guerra en España, su abuelo jamás hubiese salido al exilio.
“Justamente después de pasar por un campo de concentración en Francia, llegó a Córdoba, Veracruz y no sabía qué hacer, porque era un muchacho que estudiaba derecho en Barcelona, ni siquiera entendía bien en dónde estaba; allí alquiló un cuarto, le dio malaria, pensó que se iba a morir y se puso a escribir sus memorias apresuradas, para que mi madre, que se había quedado en Barcelona, se enterara de quién había sido su padre, porque él estaba seguro de que no la volvería a ver”.
No se murió y esas historias han servido como el principal motor de Jordi Soler para este recorrido que, de distintas maneras, termina por recuperar una infancia que le había parecido normal, pero cuando empezó a escribir sobre ella se dio cuenta que no, “no era una infancia normal”.
“Hay una vocación nómada en mi escritura, al ser hijo de una familia que viene de otro lado. Aun cuando me asumo absolutamente mexicano, mi tierra es México, también es verdad que hay unos tentáculos en Barcelona que no solo son muy sólidos, sino que también me hacen sentir un poco en casa… no en mi casa, pero sí en la casa de mi familia”.
En esas historias se dio a la tarea de desmontar esa zona donde vivía, de tratar de desentrañar lo que en realidad pasó.
Las novelas reunidas en La guerra perdida, si bien parten de la realidad, de parte de lo que sucedió a su familia, tienen un alto porcentaje de ficción, “lo que más me apasiona es contar historias”, asegura.
“Conté con la distancia para hacer este trabajo de arqueología”