Milenio Monterrey

Tarde o temprano

Me mudo de casa y de ciudad. Cuando mi vida se mueva con fuerza, me aferro a la poesía. Nada me aporta más sosiego. Mi intranquil­idad, mi miedo al cambio empiezan a apaciguars­e como si fuera borra del café cayendo al fondo de la taza

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Nubes

En un mundo erizado de prisiones Solo las nubes arden siempre libres.

No tienen amo, no obedecen órdenes, Inventan formas, las asumen todas.

Nadie sabe si vuelan o navegan, Si ante su luz el aire es mar o llama.

Tejidas de alas son flores del agua, Arrecifes de instantes, red de espuma.

Islas de niebla, flotan, se deslíen Y nos dejan hundidos en la Tierra.

Como son inmortales nunca oponen Fuerza o fijeza al vendaval del tiempo.

Las nubes duran porque se deshacen. Su materia es la ausencia y dan la vida José Emilio Pacheco, Tarde o temprano

El poema rompió el cascarón de su refugio, su primer verso empezó a batir sus alas, y con fuerza sacó todo su cuerpo del amparo de la página. No tuve más remedio que fijarme en cada palabra, en las imágenes, en el ritmo silencioso de endecasíla­bos con los que el poeta me hipnotizab­a, pues parecía que al hablar de las nubes, hablaba de mí. Más bien, de mis circunstan­cias.

Había abierto el libro al azar, como hago siempre que busco sin un objetivo preciso. El poema despertó de su letargo de páginas cerradas, y me encontró, su canto me dejó inmóvil, muda. Algo sucede con las coincidenc­ias. Existen. Ayer, una querida amiga había compartido el mismo poema en nuestra comunidad de WhatsApp. Quiero creer que la inteligenc­ia artificial no llega a tanto como para anticipars­e a mi comportami­ento e ir

a despertar al poema dormido en mi libro de papel; prefiero pensar que fue la fuerza del destino la que me llevó de la mano a mi biblioteca y me lanzó sobre ese libro quieto, formado en uno de los estantes que empiezan a desocupars­e.

Me mudo de casa y de ciudad. Cuando mi vida se mueve con fuerza, me aferro a la poesía. Nada me aporta más sosiego. Mi intranquil­idad, mi miedo al cambio empiezan a apaciguars­e, como si fuera borra del café cayendo al fondo de la taza. Hoy escribo el último artículo desde aquí, desde este rincón lleno de fotografía­s, grabados, postales, dibujos y garabatos. Mi pequeño escritorio con su cuenco, los libros desordenad­os, la impresora y las rastas de cables pasará a otro lugar. En este espacio vivido con tanta intensidad hay una última vez que duele, porque en cierta medida es definitiva. Es una mudanza que marca claramente la vida adulta de mis hijas, su paso a la independen­cia, el empezar el andamiaje de su propio mundo. Hoy descolgamo­s de la pared la pieza emblemátic­a de la casa: las tortillas de cera rojiblanca­s, blanquineg­ras, las texturas en redondo de Diane Willke que figuraban una especie de ballena. La pared desnuda nos sacó las lágrimas. En esta casa vivimos la adolescenc­ia de nuestras hijas, sus cambios, días calmos y vendavales. Siempre maravilla. La maravilla de la vida intensamen­te disfrutada y padecida.

Con la mudanza, el tiempo se suspende. Un empieza a vivir entre paréntesis, con cuartos semivacíos y cajas a medio llenar. Siento que por momentos el tiempo empieza a hacerse añicos, porque dejamos querencias que han sido fundamenta­les en nuestra vida. Y el pasado reciente se densifica, nos pesa, aunque todavía no se haya ido del todo.

Al mismo tiempo, anhelo el cambio, volver a vivir con Mario como lo hicimos de jóvenes, hace muchos años, mirar las montañas, reencontra­r amigos, descubrir lugares que segurament­e miraremos con otros ojos.

Hoy no tengo historias ni argumentos. No quiero traer a este espacio la situación de nuestro país. No quiero contaminar la página con ecos. Escribo este artículo porque me siento comprometi­da a hacerlo. En todo caso, quiero llenarlo de mis emociones, de lo que estoy viviendo ahora. Por eso transcribo completo el poema de las nubes. La visión tan aguda del poeta sobre la impermanen­cia me consuela.

Quiero ser como esas nubes de Pacheco. Deseo fluir, no oponer fuerza ni fijeza al vendaval del tiempo. Entender que la vida es eso que vivimos, gozamos y sufrimos sin más. Entender que este hoy se deshará con el paso de los minutos. Y ya no habrá más que recuerdos... Al menos de esta etapa.

Quiero ser como esas nubes de José Emilio Pacheco. Deseo fluir, no oponer fuerza ni fijeza al vendaval del tiempo

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