Cultura de la violencia
Quizá uno de los aspectos más perjudiciales de vivir inmersos en oleadas de estridencia es que, por un lado, de alguna manera quedamos anestesiados ante cada nueva noticia catastrófica y, por el otro, la proliferación de lo grotesco dificulta vincularlo de maneras precisas con la cotidianeidad. En la medida en la que resulta imposible entender las motivaciones de quienes perpetran los actos más extremos, terminan por
ser catalogados como individuos psicóticos (que lo son), que no son representativos de la sociedad en su conjunto, o al menos de los sectores con voz para alzarla cada vez que asistimos a una nueva barbaridad de violencia sin sentido.
A propósito de las recientes matanzas en Estados Unidos, Rebecca Solnit escribió un artículo en The Guardian donde precisamente busca enfatizar que no se trata de anomalías llevadas a cabo por individuos llenos de odio, y ni siquiera es un fenómeno que pueda achacarse a la retórica racista de Trump (lo cual no implica que dicha retórica no fomente este tipo de ataques), sino que el propio Trump es ya en sí un síntoma de un odio más antiguo y profundo, que en este particular momento histórico adquiere la forma del temor de los hombres blancos a perder los privilegios que desde siempre les han sido consustanciales. Solnit lo llama abiertamente una guerra civil, y reflexiona: “Me pregunto cómo terminan las guerras, en particular las guerras civiles. ¿Cómo dejan de lado los individuos sus filiaciones partidistas? ¿Cómo encuentran un sentido de pertenencia al todo, antes que a su faceta proclive a la división?”.
Artículos como el de Solnit dejan muy claro que asuntos vinculados con la cultura o la identidad no son meras abstracciones sobre las que se diserta en congresos universitarios, sino que probablemente terminan siendo los factores de mayor incidencia política para configurar la realidad que nos rodea. Así como con estas masacres se hace muy evidente el nexo entre la amenaza a la identidad blanca y la violencia que genera, existe el mismo nexo entre el machismo de la vida cotidiana y el escabroso número de feminicidios en una sociedad como la mexicana, o el propio clasismo y racismo al que asistimos todos los días, que tiene como correlato también una violencia que no existiría sin los ingentes niveles de desigualdad. La normalización del odio y la demonización del otro, de las cuales difícilmente alguien podría considerarse exento en alguna medida en la actualidad, son la forma en la que se participa de la guerra civil a la que alude Solnit, y es solo a golpe de cada nueva noticia escabrosa que es posible distanciarnos para pensar que son asuntos que no nos implican en absoluto.
De alguna manera quedamos anestesiados ante cada nueva noticia catastrófica