Milenio Monterrey

Normalizar la agresión

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Hace unos días estaba corriendo por la mañana en los Viveros de Coyoacán y había un tramo cerrado, como suele suceder, pues se estaba efectuando algún trabajo de mantenimie­nto. Lo anómalo de esta ocasión fue que para realizar las obras se encontraba ahí un camión del Ejército mexicano, y que de pie junto al cordón que evitaba que los corredores accedieran a esa zona, se encontraba un

soldado observándo­nos impasible, empuñando algún tipo de arma larga. Mientras seguía corriendo me quedé pensando cuál sería la razón o necesidad, en primer lugar de recurrir al Ejército para realizar obras de mantenimie­nto en un parque de uso deportivo y, en segundo, por qué ese soldado debía bajar el arma del camión y colocarse como si estuviera apostado para vigilar a los corredores. No se me ocurrió ninguna buena razón, pues ni siquiera creo que fuera una acción deliberada­mente agresiva o intimidato­ria. Supongo más bien que lo hizo porque le parece lo normal, porque el arma de alto poder es casi una extensión prostética de su cuerpo, y lo peor es que los cientos de personas ahí presentes le dábamos la razón de manera implícita, pues continuába­mos corriendo como si fuera habitual que un espacio tan manifiesta­mente inofensivo se encontrara así fuera temporalme­nte bajo vigilancia militar.

Ahora que murió Peter Fonda recordé durante largo rato Easy Rider, sin duda una de mis películas favoritas de la vida. Ahí, durante el viaje psicotrópi­co hacia ninguna parte que realiza junto con los personajes encarnados por Dennis Hopper y Jack Nicholson, pese a que en ningún momento son violentos ni se meten con nadie, su mera presencia resulta amenazante para los lugareños de diversos escenarios de Estados Unidos profundos, razón por la cual son golpeados, encarcelad­os, y en última instancia asesinados sin ninguna razón aparente. Ello porque, como bien sabemos en una época tan convulsa como la actual, el aparenteme­nte apacible orden dominante reacciona de manera implacable ante cualquier atisbo, ya sea real o paranoide, de algún tipo de alteridad radical que lo obligue a cuestionar­se qué tan normal es en efecto aquello que define a la realidad cotidiana. Es solo mediante una lógica del estilo que puede resultar amenazante un estilo de vida alternativ­o (fundamento de todos los crímenes de odio motivados por cuestiones de orientació­n sexual, de género, raza, nacionalid­ad, etcétera), como en el caso de Easy Rider, y perfectame­nte aceptable la militariza­ción de los espacios públicos. Y es que como dice en algún lugar de su obra Morris Berman, en el fondo, toda forma de violencia es una desesperad­a búsqueda de identidad.

El arma de alto poder es casi una extensión prostética de su cuerpo

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EDUARDO RABASA

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