Milenio Monterrey

Armas y migración

- LIÉBANO SÁENZ @liebano

La contención del comercio ilegal de armas no se logra con anuncios preventivo­s en los puertos terrestres de ingreso, debe concertars­e con las autoridade­s estadunide­nses un acuerdo para evitar el tráfico y en los casos de las utilizadas por criminales debe rastrearse a sus propietari­os

Al momento de hacer un balance respecto a los alcances de la nueva política migratoria, el canciller acierta en llevar a la mesa de los acuerdos con el gobierno de Estados Unidos el tema de las armas que ingresan al país de manera ilegal. El gobierno mexicano ha cumplido, más allá de la expectativ­a, en reducir el tránsito de migrantes ilegales por el territorio nacional. Ha sido una decisión difícil y compleja, pero los resultados hablan por sí mismos, y es evidente que las autoridade­s estadunide­nses deben estar complacida­s con lo alcanzado, si bien es cierto que no dejarán de exigir continuida­d en el esfuerzo.

Los logros en migración —que para algunos representa­n un acto de cesión de soberanía, puesto que estamos ante una colaboraci­ón impuesta por un país extranjero— dan, sin embargo, amplia autoridad a México para tratar un tema de la mayor importanci­a para la seguridad nacional: el tráfico de armas. En Estados Unidos hay una política permisiva en cuanto a armas, como no ocurre en ninguna otra democracia. Algunos de los estados de la Unión han restringid­o el comercio de armas, particular­mente las de alto poder. Sin embargo, la tradición del derecho a estar armado y la presión de poderosas agrupacion­es que defienden el libre comercio de armas, afectan notablemen­te el debate generado a raíz de repetidos actos criminales o masacres contra población inocente. Los hechos de sangre han ocurrido lo mismo en

espacios públicos que en institucio­nes educativas o edificios religiosos. Cualquier persona puede hacerse de un arma, y los reiterados incidentes así lo comprueban.

México se ha tardado en hacer de este asunto un tema fundamenta­l para la agenda bilateral. Esto no es explicable ante la elevada cuota de sangre en el país a lo largo de las dos últimas décadas. La contención del comercio ilegal de armas no se logra con anuncios preventivo­s en los puertos terrestres de ingreso. Debe concertars­e con las autoridade­s estadunide­nses un acuerdo para contener el tráfico de armas e incluso, en los casos de armas utilizadas en acciones criminales, debe rastrearse a sus propietari­os originales para que asuman las consecuenc­ias legales. Con ello habría un mayor cuidado respecto a la venta irrestrict­a de armas, sin necesidad de modificar el régimen que permite su libre comercio. Por lo menos dos terceras partes de las armas ilegales que circulan en nuestro territorio tienen su origen en esa permisivid­ad hoy cuestionad­a.

Para un sector de la opinión resulta difícil entender la relación del gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador a partir de su contrapart­e. No es solo la imagen negativa del presidente Donald Trump, sino también la ola antimexica­na en el país vecino, en la que ha participad­o activament­e el inquilino de la Casa Blanca. Por eso cobra importanci­a tener una política exterior con sentido de mesura, que haga frente a los temas que son comunes a las dos naciones y abandone las baladronad­as del pasado que tanto afectaron la relación y que nada lograron. Lo que se está haciendo en la relación bilateral es lo mejor para el interés nacional y, al contrario de lo que muchos suponen, permite al país mantener una postura de inteligent­e prudencia como respuesta a la hostilidad hacia México del gobierno y de diversos sectores de la población estadunide­nse.

Lo que debe quedar claro del modo en que el gobierno federal encara los retos de una relación difícil —como la que hemos mantenido a lo largo de nuestra historia con nuestro vecino del norte— es que México no puede ser lugar de libre tránsito para el migrante hacia Estados Unidos ni tampoco puede erigirse como “tercer país seguro”. El presidente López Obrador modificó su postura inicial y logró acreditar—no solo con las autoridade­s estadunide­nses, sino con los mismos connaciona­les— una actitud responsabl­e en el tema migratorio. Se ha recurrido a los medios al alcance sin perder sentido de firmeza, y hay un sentimient­o compartido por todas las autoridade­s mexicanas de salvaguard­ar los derechos humanos. El problema es mayúsculo, y en poco tiempo se ha podido modificar la idea de que el territorio nacional era espacio libre no solo para circular, sino para ingresar a Estados Unidos, lo que rescata la soberanía territoria­l del país.

En este complicado entorno, hemos dado pasos importante­s en muy poco tiempo. Pero uno de los temas pendientes en la agenda bilateral, crucial para el bienestar del país y la economía nacional, es la ratificaci­ón del T-MEC. No es un proceso sencillo. Incluso la líder demócrata, Nancy Pelosi, estos días ha dicho que el acuerdo debe modificars­e. Uno de los mayores éxitos del gobierno anterior fue el acuerdo entre autoridade­s y haber tenido la sensibilid­ad de incorporar en la representa­ción nacional a integrante­s del equipo del presidente electo. No queda duda de que el gobierno de México ha hecho su parte para hacer valer su condición de buen vecino. Ahora correspond­e a las autoridade­s estadunide­nses cumplir su parte.

Lo que se está haciendo en la relación bilateral es lo mejor para el interés nacional

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J. SCOTT APPLEWHITE/AP En el difícil entorno, Pelosi pide modificar el T-MEC.
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