La fragilidad de la empatía
Hace ocho días intenté plantear aquí un punto de vista sobre el debate migratorio como un dilema ético. Como en todas partes, en México hay dos enfoques en conflicto.
Esta semana me relataron una conversación. A la salida de un templo en domingo, unas personas que apoyan a los migrantes en la vía del tren se acercaron a doña no sé qué para pedirle ayuda. No les voy a ayudar, dijo ella: prefiero mejor auxiliar a los mexicanos que están en la misma situación y que son nuestros. A los extranjeros, no. No deberían entrar más pobres aquí. Además, quién les asegura que no son delincuentes. Pero es que ahí están, señora, replicaron los recolectores: llegan en el tren allá en el poniente y se bajan con hambre... con hambre.
No hubo conclusión ni acuerdo. Pero, asumiendo la buena voluntad de las dos partes, sí que hay visiones diferentes. Una que tiene más que ver con los derechos de los migrantes y otra que busca dar prioridad a la construcción de una sociedad, con un imaginario específico. Y quizá las dos visiones sean válidas, pero el punto es construir una posición más racional y sustentada, una reflexión ética por encima de una mera empatía, definida como “sentir lo que crees que otros sienten o experimentar lo que otros experimentan”.
La empatía es frágil y sucumbe con demasiada facilidad ante los discursos políticos o ante cualquier rollo. Por eso los embates trumpianos contra los migrantes han logrado generar violencia racial: la empatía cambia de dirección y más cuando no ha sido el inicio de una construcción racional a su alrededor.
Paul Bloom, de quien tomo aquella definición de empatía, escribió hace tres años Against emphaty. The case for rational compassion (Contra la empatía. En defensa de la compasión racional), interesante ensayo donde explora la necesidad de partir de otras bases en el pensamiento ético.
“Es fácil entender por qué tanta gente ve la empatía como una fuerza poderosa para el bien y para el cambio moral”, dice. “Es fácil ver por qué tantos creen que el único problema es que muchas veces no tenemos suficiente empatía. Yo creía eso. Ahora ya no”.
Añade: “La empatía puede algunas veces llevarnos hacia el bien, pero en general es una pobre guía moral... fundamenta juicios torpes y muchas veces motiva la indiferencia y la crueldad. Puede llevar a decisiones políticas irracionales e injustas”.
Y pone un ejemplo cercano del uso político de la empatía. “A Donald Trump, en su campaña de 2015, le gustaba hablar de la historia de Kate Steinle, asesinada por un inmigrante indocumentado. La llamaba sólo Kate para hacerla más cercana a su audiencia y hacer más vívido su discurso de asesinos mexicanos”.
Por eso el debate urge, en la medida que ayuda a entender críticamente el fenómeno de los migrantes en nuestro país, sus causas, sus posibilidades, a largo plazo y los caminos alternativos, si los hay. Sobre todo la crisis humanitaria, el resultado trágico y sin solución a la vista.
La globalización apareció como una circunstancia clave: junto con el mercado y la inversión, se borran las fronteras del trabajo aunque casi siempre permanezcan en los mapas. Yo me voy por una intelección cercana,queempiezaporplaticarallá,enlasvíasdeltren.
El sentimiento de identidad es frágil y sucumbe con facilidad ante los discursos políticos