Psicópata asesino
A diario me entero del gatito muerto, el perrito atropellado, el abuelito que ya está en el cielo y cosas por el estilo. Y no es que me valga así porque sí: es que no hay una buena razón para prestarles atención o sentir algún tipo de congoja...
En aquella ocasión escribí que con el paso de los años me había vuelto progresivamente más antisocial y amargado –más de lo que ya era, imagínese– y que había estado perdiendo empatía por la tragedia ajena. Hice un especial énfasis en esos “amigos” que tiene uno en redes sociales y que no tenemos una puta idea de quiénes son y con los cuales poco tenemos en común. Lo dije porque a diario me entero del gatito muerto, el perrito atropellado, el abuelito que ya está en el cielo y cosas por el estilo. Y no es que me valga verga así porque sí: es que no hay una buena razón para prestarles atención o sentir algún tipo de congoja por su pena. Y eso le molesta a muchos, porque esperan recibir atención inmediata. Entonces fíjese lo que pasó; una serie de profesionales de la salud mental (dos psiquiatras y una tercia de psicólogos) no esperaron ni cinco minutos para emitir su generosa –y, gracias al cielo, gratuita– opinión. “Estás al borde de una psicósis”, “Tu problema es típico de personas que han perdido contacto con la realidad”, “Increíble que opines de esa manera, siendo una figura pública y con toda la responsabilidad que eso conlleva, y permítime decirte que necesitas atención psicológica inmediata”, “No vacilo en afirmar que , si no lo eres ya, estás cerca de convertirte en un psicópata asesino”. Qué bellas declaraciones. De verdad me conmovieron.
Me deja pensando; si bien recibo comentarios desechables de fanáticos religiosos, chiflados y alucinados varios, muertos vivientes, hermafroditas de clóset, momias congeladas y opinólogos que rallan en la comedia postmoderna, no me queda claro cómo un profesional puede, con tan solo leer un articulo de 5 mil caracteres –que le lleva 4 minutos revisar– y sin conocerme o haberme entrevistado sea capaz de emitir un diagnóstico clínico. Especialmente uno tan comprometedor como el de una psicosis. Porque el otro día un idiota ignorante me llamó esquizofrénico, pero como no tiene una puta idea de lo que es eso, pues no le puse atención. Esas opiniones me dan risa. Pero el asunto de los psicoexpertos es preocupante; no sé qué clase de poderes mágicos poseen para lograr diagnosticar una psicopatología basados en un texto publicado en un periódico o red social, pero me encantaría aprender el método, pues suena fantástico.
Algunos amigos que tengo por ahí se la pasan posteando pendejadas en redes y checando obsesivamente los comentarios que generan. Viven atados al celular y disfrutan enormemente contestar lo que consideran pertinente. A menos de que se trate de un sociólogo o de una investigación sobre el tema, no me queda claro qué coño los motiva a hacer eso. A mí me parece una pérdida de tiempo deplorable. Hay cosas más importantes que hacer, en serio.
Pero ¿sabe qué es lo que más me inquieta? Que lo toman muy en serio. Demasiado en serio diría yo. Eso sí que aplica para algún tipo de intervención psicológica. Hay un proceso misterioso y siniestro que fluye de manera subrepticia y que baña con un bálsamo morboso y maligno el incipiente tejido neuronal de muchas personas. Un misterio de la ciencia moderna, pues.
Mire, uno de los problemas más graves que le veo a las redes sociales es que nos tienen condicionados a esperar una respuesta. Así se genera una ansiedad por saber cómo reaccionó el medio ante nuestra publicación. Esto convella dos efectos que considero perniciosos; primero, nos acostumbramos, como perros de Pavlov, a un intercambio reactivo, y segundo, dejamos de ponerle atención al contenido de nuestras publicaciones y, más importante, a lo que pensamos, sentimos y somos: a lo que veraderamente queremos exponer, sin fijarnos en lo que ocurre después.
Este juego de esperar el efecto de lo publicado genera un ciclo absurdo que solo reporta reacciones, pero falla al estimular un proceso reflexivo: nos quedamos en un mero entretenimiento superficial, primitivo y, como ya indiqué, patógeno. Lea usted la sección de comentarios de cualquier post que tenga un mínimo de contenido conflictivo; en tanto que algunas opiniones sí caen dentro de la estructura genuina de una postura crítica, el resto se regocija insultando y demeritando con vapuleo y hostigamiento general, cayendo en las falacias típicas del pensamiento.
Insisto: hay que dejar de darle importancia a pendejos y a seres grises y sombríos. Ponerles likes y emoticones contribuye a otorgarles visibilidad, cuando debían estar en el lado contrario. Porque cuando se les pone un like por un comentario tonto (que debería ser naturalmente inconsecuente), quiere decir que quien lo hizo posee una mentalidad similar. Y, puta madre, hay un chingo de gente así. Las redes sociales no han hecho otra cosa que poner en evidencia las deficiencias intelectuales de la sociedad, su intolerancia, estupidez, necedad y fanatismo. Y, peor: las han amplificado, magnificado, creando la ilusión y el espejismo de veracidad. Así, con un volumen suficiente de likes y de flujo cibernético, cualquier puñetas puede captar la atención de una empresa u organismo que lo valide y que invierta dinero en él. Cuidado.