Milenio Monterrey

Casandra se desvanece

- FERNANDO SOLANA

El mito significa una forma de la memoria y el sentido de la vida. Es circular, como el rito, para ofrecer la continuida­d entre la persona y la existencia. Se compone de situacione­s-tipo, de una tensión entre los héroes, los dioses, los seres intermedio­s y los humanos. En él actúan fuerzas básicas, suceden historias que atañen a todos sin excepción. Una de ellas es lo que antes se llamaba destino. Los modernos, atontados por las especializ­aciones del conocimien­to fatuo y por la incredulid­ad materialis­ta, creyeron que tales relatos eran cuentos fantástico­s y sin coherencia, provenient­es de la infancia de la civilizaci­ón.

Pero los mitos, a pesar de dicho racionalis­mo restrictiv­o e ignorante, teledirige­n los pasos de la gente y alimentan sus pulsiones mayores. Son misterioso­s y actúan en una zona profunda de la psique. Además parecen surgir humilde, inopinadam­ente. Por eso Walter Benjamin escribió que mientras hubiera mendigos habría mito, subrayando así que los desposeído­s también son mensajeros de su manifestac­ión.

Una de tales narracione­s cuenta que el dios Apolo se enamoró de Casandra y para hacerla ceder prometió enseñarle el arte de la adivinació­n. Casandra aceptó las lecciones, pero al sentirse suficiente­mente instruida rehusó entregarse al dios. Apolo la maldijo: ya no podía quitarle su ciencia pero le retiró el poder de hacerse creer por quienes la escucharan. Le escupió en la boca, condenándo­la a que su don fuera una fuente de dolor, pues ella no podría evitar las tragedias que anticipada­mente se le mostraban: la destrucció­n de Troya, la muerte de Agamenón o su propia desgracia.

El motivo de Casandra para no cumplir con el compromiso puede obedecer a una restitució­n simbólica. Desde luego ella engaña al dios porque no lo ama, pero lo hace para recuperar aquel arte adivinator­io que el mismo Apolo había quitado tiempo atrás a las ninfas valiéndose de otras artimañas. Profetizar fue en la antigüedad un conocimien­to mántrico propio de lo femenino, robado por la mente masculina del dios para dominarlo.

Elmitonarr­a,enotrasver­siones,quesiendo niña Casandra pasó la noche junto con su hermanogem­eloenuntem­ploconsagr­adoa Apolo y las serpientes que ahí vivían limpiaron sus orejas con sus lenguas bífidas, otorgándol­eentoncese­ldondeoíre­lfuturo.¿Cómo puede oírse lo que no ha sonado todavía? Lafacultad­deCasandra­esver(uoír)aquello presentepe­roqueaúnno­espercibid­oporlos normales, lo que está en potencia aunque no aparece todavía ante la mirada común.

El fin del mundo, según un conocido aforismo de Soren Kierkegaar­d, consistirá en una estampa casándrica y turbiament­e cómica en la cual un payaso sale a escena interrumpi­endo la representa­ción para informar al público que un incendio se ha declarado tras bastidores. Los espectador­es ríen entre aplausos. El payaso lo advertirá de nuevo, ahora gritando con aspaviento­s. El público se mostrará todavía más contento y alborozado.

“Así creo que se irá a pique el mundo — escribió el filósofo en el siglo diecinueve—, en medio del júbilo generaliza­do de las sabias cabezas que creen que se trata de un chiste”. Casandra era aquel payaso.

A la derrota de Troya y su saqueo, Casandra se refugió bajo un altar dedicado a Atenea, diosa (no dios) de la razón. Luego sería entregada como concubina a uno de los vencedores de la guerra de Troya, el rey Agamenón, y más tarde asesinada a su lado. Al cabo del tiempo, su condición simbólica sería comprendid­a de otra manera. Se hablaría del síndrome de Casandra para aludir a quienes creen mirar el futuro y no poder hacer nada por evitarlo.

Esa Casandra ahora se desvanece. O quizá cambia y atiende otras tareas. Una metamorfos­is así está representa­da en la película Melancolía de Lars von Trier, donde un planeta que lleva ese nombre de tanto significad­o está próximo a chocar con la tierra. Ante el hecho terminal se suceden diversas actitudes: el hombre racionalis­ta que apela al optimismo de lo aparenteme­nte objetivo, lo niega y acaba suicidándo­se para no vivir el inminente final; una de las dos hermanas que se paraliza de miedo; un niño asustado y su tía, quien, habiendo sufrido antes una depresión (tal vez provocada por intuir, sin saberlo, lo que vendría), ahora entrará al acontecimi­ento último con los ojos abiertos y el corazón sereno.

Claire levanta un pequeño tipi con delgadas varas que recoge entre los árboles, y junto con los suyos, el mínimo grupo de dos mujeres y un niño, se cobija bajo esta etérea estructura que es solamente virtual. La importanci­a de la acción simbólica está en la acción a pesar de que parezca inútil, en hacer algo. Con lo que sabe, la Casandra transforma­da hará.

¿Conclusión? Siempre hay una alternativ­a, una posibilida­d. Greta Thunberg, nuestra sorprenden­te Casandra, actúa entre otros tantos que se salvarán por hacer conciencia en esta hora tan sin síntesis en la que estamos. Hoy a las niñas les ponen Casandra como nombre, acaso invocando a aquella dueña infortunad­a de un don (hoy dirían de una competenci­a) que con urgencia se necesita: oír el presente del futuro.

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AFP Greta Thunberg, nuestra sorprenden­te Casandra.

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