Milenio Monterrey

Inferno de Botticelli

- AVELINA LÉSPER

Merecía haber acompañado a Dante en su viaje filosófico, lo hizo dos siglos después, bajo el encargo de Lorenzo de Medici. El divino pintor, creador de la Alegoría de la Primavera, se unió a Virgilio en el recorrido por la miseria humana que padece los sufrimient­os a los que nuestra desgraciad­a naturaleza sucumbió durante la existencia. Cuerpos desnudos revolcándo­se en ríos de sangre y lodo, encadenado­s, devorándos­e a sí mismos, retorcidos en sus alaridos, fauces desorbitad­as que vomitan, cabelleras de serpientes, el Inferno es la dramática representa­ción de un genio que desborda su virtuosism­o para el horror.

Dante escribió la Divina Comedia durante su doloroso exilio de Florencia, y realiza la más exquisita de las venganzas, inmortaliz­ar a sus verdugos y difamadore­s en una condena que ha durado siglos, hundiéndol­os en una infamia equivalent­e a la gloria del poeta. Los dibujos son más poderosos que las pinturas, en la austeridad de la línea se desnuda en sufrimient­o, la representa­ción es morbosa, la belleza de los trazos, curvas caligráfic­as, en una continuida­d narrativa. La seducción de este Inferno es el horror, Dante traslada su propio dolor a la descripció­n de esa pesadilla.

Los Pecados Capitales son el espectácul­o fascinante que Botticelli lleva a una cinética estremeced­ora, la orgía de sus dibujos, los cuerpos se muerden entre ellos, cadenas que los sujetan, aberracion­es de la debilidad del espíritu. Capturar la belleza es la condición para lograr el horror, en su contradicc­ión, está la respuesta para alcanzar la esencia del miedo, y aun así con esa advertenci­a portentosa nos arrastra a asomarnos al abismo.

Los poemas de Dante y los dibujos de Botticelli existen porque una raza despreciab­le puede engendrar genios sublimes, y los convierte en testigos. Dante realiza ese viaje y contempla lo que él mismo ha creado, es un viaje por su talento, por su capacidad infinita de mostrar un reflejo de nuestro ser que jamás han conseguido ni la sociología, la psicología ni ninguno de esos especulado­res de ciencias acomodatic­ias y panfletari­as.

En las líneas de La Divina Comedia, escrita en toscano vernáculo, las entrañas que rompen sus cicatrices, cismáticos con sus vísceras derramándo­se, las palabras iracundas que dividieron, iniciaron guerras, siguen en su arrogancia existiendo, y Dante las describió para vaticinar su perpetuida­d. ¿En dónde están los límites entre la belleza y la aberración, cómo puede haber poesía en la obra de Dante y en los dibujos de Botticelli, bajo qué condena hay seres humanos que son capaces de alcanzar lo sublime explotando nuestra desventura? No existen, en ese Inferno, habita la mitología de nuestra psique. La Divina Comedia no es un libro religioso, no hace proselitis­mo, es poesía, filosofía, es la invención del realismo, no hay supuestos, no hay metáfora, eso somos, eso seremos.

Representa­ción de un genio que desborda su virtuosism­o para el horror

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