Milenio Monterrey

La vida excepciona­l de Vicente Rojo

- JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S.

El cartujo recuerda a Vicente Rojo, extraordin­ario artista y ser humano. Nació el 15 de marzo de 1932 en Barcelona y murió el pasado jueves 17 en Ciudad de México, adonde llegó en 1949 para reunirse con su padre, exiliado en nuestro país desde 10 años antes. En 2012, en su estudio en Coyoacán, con el amanuense y el fotógrafo Pascual Borzelli, habló de su vida y su carrera; aquí unas pinceladas de aquella inolvidabl­e charla.

“Por el franquismo, yo venía de años muy duros en España y México significab­a mi libertad. Aquí se me abrió la vida, por eso digo que en México no nací por segunda, sino por primera vez. Desde que llegué, mi desarrollo fue armónico, siempre he trabajado exageradam­ente bien acompañado, con amigos entrañable­s que me han querido y apoyado, como Federico Álvarez, quien me presentó con Miguel Prieto, otro refugiado español del cual fui asistente, primero en la oficina de ediciones del INBA y después en el suplemento México en la cultura, donde conocí a Fernando Benítez, mi segundo gran maestro.

“La primero que me llamó la atención fue la luz de México, me pareció y me sigue pareciendo deslumbran­te. Y esto tiene que ver con el enamoramie­nto que he mantenido con el país.

“Nunca extrañé España, hacerlo hubiera sido extrañar 17 años terribles; forman parte de mi vida y los tengo presentes porque significar­on, si no enseñanzas culturales sí enseñanzas humanas que me han acompañado siempre. Pero mi país, desde que llegué, ha sido México; yo sabía que aquí me iba a quedar, aunque realmente me di cuenta de que era mexicano cuando, después de 14 años, todavía con el franquismo, volví a Barcelona, donde me tomé un sabático para estar con mi padre, que había regresado, estaba enfermo y yo quería que conociera a sus nietos; entonces me di cuenta de que España no… de que México me había ganado. En Barcelona, trabajando encerrado, como lo hago cuando estoy pintando, supe que era mexicano, que mis problemas, mis querencias, mis amores estaban en México, que aquí me quería quedar.

“En México he sido muy feliz, he tenido una vida excepciona­l, como jamás lo imaginé”.

Queridos cinco lectores, El Santo Oficio los colma de bendicione­s. El Señor esté con ustedes. Amén.

“En México he sido muy feliz, como jamás lo imaginé”

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