Volver a nuestras raíces capitalistas, oigan
La oleada de amparos que se le viene encima al régimen de la 4T luego de que le embutiera con calzador la contrarreforma eléctrica a nuestra normatividad de todos los días es la más aplastante corroboración de que México no es una isla incomunicada y autárquica sino que predominan aquí, a pesar de todos los pesares y en abierto desafío a los idólatras de la cacareada “soberanía nacional”, usos de universal aplicación.
O sea, que no podemos decretar —así nada más, a la torera— que la inversión privada es consustancialmente nefaria y proceder, a partir de ahí, a cambiar los términos de contratos ya celebrados y a imponer reglas que no figuraban en los acuerdos originales. Tampoco estamos facultados para contaminar impunemente este planeta porque, miren ustedes, no lo habitamos en exclusiva los estadounimexicanos sino que hay otros países, o sea, que viajas, digamos, unos dos mil kilómetros hacia el norte u otros mil hacia el sur —por no hablar de cruzar la mar océano encapsulado en la cabina de pasajeros de un Boeing 787— y te encuentras con gente diferente, personas con otros gustos y otras preocupaciones entre las cuales pueden figurar, justamente, la de respirar aire limpio y la otra, más apremiante, de evitar la inminente e irreversible catástrofe planetaria que resultará del calentamiento global (imaginen simplemente, amables lectores, cómo se pondrán las cosas cuando la temperatura ambiente alcance, digamos, 60˚ C o 70˚ C).
Es más, nuestras leyes, para mayores señas, no se derivan de los códigos aztecas ni de las costumbres mayas sino que se originan en el derecho romano, es decir, los ordenamientos jurídicos que estuvieron en vigor, durante casi 14 siglos, en el imperio que floreció en la muy lejana cuenca del Mediterráneo. Por cierto, también la lengua que hablamos nos viene de allá aunque, naturalmente, la hayamos enriquecido con localismos como “tlapalería”, “escuincle”, “metate” y “achichincle”.
Tengo por ahí la idea de que los mexicas eran pueblo comerciante y, para mayores señas, en Tlatelolco existió, hace 600 años, el gran Tlanechicoloyan, un mercado en el que los pochtecas acudían a vender mercancías que podían provenir de muy apartadas regiones. Ese gigantesco tianguis, al que llegaban a acudir 30 mil personas diariamente, era un verdadero ejemplo de economía globalizada, ya en aquellos tiempos.
No sé en qué momento de nuestra historia renegamos de esa saludable identidad nuestra para transmutarnos en una subespecie de quejicas rencorosos dedicados a denunciar machaconamente a los “extranjeros que vienen a saquearnos” y a “robarse nuestras riquezas”. Y sí, es cierto que el imperialismo es un modelo de expoliación y que el capitalismo salvaje saca provecho de la inmisericorde explotación de los individuos más vulnerables. Pero, caramba, no creo que Samsung tenga tan malignos propósitos cuando nos vende un teléfono celular (no son invasores yanquis, encima, sino emprendedores surcoreanos). Y en lo referente al tema de la contrarreforma eléctrica, pues Iberdrola no viene a conquistar a México en nombre del Reino de España sino a generar energía barata y menos (o nada) contaminante.
En fin, los pochtecas de ahora contarán con amparos inspirados en el antiguo recurso de habeas corpus. No, no somos una isla. Ah, y ya éramos comerciantes,