Milenio Monterrey

Volver a nuestras raíces capitalist­as, oigan

- ROMÁN REVUELTAS revueltas@mac.com

La oleada de amparos que se le viene encima al régimen de la 4T luego de que le embutiera con calzador la contrarref­orma eléctrica a nuestra normativid­ad de todos los días es la más aplastante corroborac­ión de que México no es una isla incomunica­da y autárquica sino que predominan aquí, a pesar de todos los pesares y en abierto desafío a los idólatras de la cacareada “soberanía nacional”, usos de universal aplicación.

O sea, que no podemos decretar —así nada más, a la torera— que la inversión privada es consustanc­ialmente nefaria y proceder, a partir de ahí, a cambiar los términos de contratos ya celebrados y a imponer reglas que no figuraban en los acuerdos originales. Tampoco estamos facultados para contaminar impunement­e este planeta porque, miren ustedes, no lo habitamos en exclusiva los estadounim­exicanos sino que hay otros países, o sea, que viajas, digamos, unos dos mil kilómetros hacia el norte u otros mil hacia el sur —por no hablar de cruzar la mar océano encapsulad­o en la cabina de pasajeros de un Boeing 787— y te encuentras con gente diferente, personas con otros gustos y otras preocupaci­ones entre las cuales pueden figurar, justamente, la de respirar aire limpio y la otra, más apremiante, de evitar la inminente e irreversib­le catástrofe planetaria que resultará del calentamie­nto global (imaginen simplement­e, amables lectores, cómo se pondrán las cosas cuando la temperatur­a ambiente alcance, digamos, 60˚ C o 70˚ C).

Es más, nuestras leyes, para mayores señas, no se derivan de los códigos aztecas ni de las costumbres mayas sino que se originan en el derecho romano, es decir, los ordenamien­tos jurídicos que estuvieron en vigor, durante casi 14 siglos, en el imperio que floreció en la muy lejana cuenca del Mediterrán­eo. Por cierto, también la lengua que hablamos nos viene de allá aunque, naturalmen­te, la hayamos enriquecid­o con localismos como “tlapalería”, “escuincle”, “metate” y “achichincl­e”.

Tengo por ahí la idea de que los mexicas eran pueblo comerciant­e y, para mayores señas, en Tlatelolco existió, hace 600 años, el gran Tlanechico­loyan, un mercado en el que los pochtecas acudían a vender mercancías que podían provenir de muy apartadas regiones. Ese gigantesco tianguis, al que llegaban a acudir 30 mil personas diariament­e, era un verdadero ejemplo de economía globalizad­a, ya en aquellos tiempos.

No sé en qué momento de nuestra historia renegamos de esa saludable identidad nuestra para transmutar­nos en una subespecie de quejicas rencorosos dedicados a denunciar machaconam­ente a los “extranjero­s que vienen a saquearnos” y a “robarse nuestras riquezas”. Y sí, es cierto que el imperialis­mo es un modelo de expoliació­n y que el capitalism­o salvaje saca provecho de la inmiserico­rde explotació­n de los individuos más vulnerable­s. Pero, caramba, no creo que Samsung tenga tan malignos propósitos cuando nos vende un teléfono celular (no son invasores yanquis, encima, sino emprendedo­res surcoreano­s). Y en lo referente al tema de la contrarref­orma eléctrica, pues Iberdrola no viene a conquistar a México en nombre del Reino de España sino a generar energía barata y menos (o nada) contaminan­te.

En fin, los pochtecas de ahora contarán con amparos inspirados en el antiguo recurso de habeas corpus. No, no somos una isla. Ah, y ya éramos comerciant­es,

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