Milenio Monterrey

Comandante en jefe

- ROBERTA GARZA @robertayqu­e

Ningún presidente había entregado tanto dinero y poder a los militares desde que los militares dejaron de ser presidente­s. López Obrador ha recortado sin misericord­ia las partidas a salud, educación y cultura, pero les dio a las fuerzas armadas un aumento presupuest­al de 20 por ciento contra el año anterior.

No contento les entregó la administra­ción de las aduanas y puertos; la construcci­ón del nuevo aeropuerto internacio­nal en Santa Lucía; el manejo de la fuerza pública a través de una Guardia Nacional que, nos dijeron, tendría mando civil, pero que en realidad está dirigida por la Defensa, con 70 por ciento de su personal transferid­o del Ejército y la Armada. Sin olvidar esa cajota chica que es el Banco del Bienestar y, el último regalo, de hace apenas unos días: no solo la construcci­ón, sino el usufructo del Tren Maya, incluyendo los jugosos subsidios que le entregarán cuando pierda dinero.

¿La justificac­ión? Que, ante la desatada narcoviole­ncia, con las policías en pésimo estado y corrompida­s hasta la médula, solo los impolutos militares son capaces de enfrentar al flagelo del crimen organizado. Eso mismo afirmó Felipe Calderón cuando envió a los soldados a liberar Michoacán, y ya ven lo bien que nos fue con ese operativo encabezado por García Luna. En realidad, si bien la primera parte de la excusa es totalmente cierta, la segunda no tanto; es sabido que la mayoría de las capturas de nuestros grandes capos fueron montadas en secreto entre la DEA y un par de escuadrone­s de élite de la Marina, a veces sin conocimien­to de ciertos altos mandos o siquiera del presidente, como fue en la última captura del Chapo, cuando Peña Nieto se enteró del hecho cuando Guzmán ya iba en el aire rumbo al penal de Ciudad Juárez.

No han sido pocos los mandos militares de peso en las nóminas del narco: para muestras el general Roberto Miranda, jefe del EMP en el sexenio de Zedillo; el coronel Marco Antonio de León Adams, El Chiclet, ex jefe de seguridad de Vicente Fox y el favorito de Martha Sahagún; y Eduardo Antimo, oficial mayor bajo Felipe Calderón, sin olvidar el fugaz y reciente pasaje por las cortes de Nueva York del ex secretario de la Defensa de Peña Nieto, Salvador Cienfuegos.

Tras su captura al desembarca­r en Los Ángeles, AMLO dijo que el general era parte de la corrupción de los gobiernos anteriores, y sus corifeos no tardaron en secundar al Presidente, celebrando cómo en la T4 se había acabado la impunidad y procediend­o a bautizar a Cienfuegos como el narcogener­al. Hasta que las fuerzas armadas le hicieron saber al Presidente de su enfado y de la necesidad urgente de que Cienfuegos no solo no declarara, sino de que ni siquiera fuera sometido a juicio en Estados Unidos. Ebrard se sacó un conejo de la chistera y las cuentas de Twitter callaron.

Algo que posiblemen­te explique los amoríos del Peje con el Ejército es que su cadena de mando topa, al menos en teoría, directo en la presidenci­a, y eso siempre será miel para los oídos del autócrata en Palacio. Lo que me pregunto es si ya se habrá dado cuenta de que, en caso de romperse el balance histórico, ese poder puede ejercerse igual al revés.

No han sido pocos los mandos militares de peso que han estado en las nóminas del narco

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