Milenio Monterrey

El ‘efecto Biden’ colapsa la frontera con México

Crisis migratoria. Según autoridade­s de EU, durante el cambio de administra­ción la llegada de menores no acompañado­s aumentó 61.4 por ciento; el de familias, 163.9

- PABLO SÁNCHEZ OLMOS

Mujeres durante un checkpoint de la policía estadunide­nse.

Jonathan presume de ser el mayor fanático de Joe Biden al sur del río Bravo. Lleva unas gafas con los colores de EU y una camiseta con el lema Please, let us in (por favor, déjenos entrar). Este joven salvadoreñ­o muestra orgulloso su bandera del partido demócrata y niega que dicha exhibición sea una adulación interesada: “Todos los migrantes le debemos mucho”. Lo dice a las puertas del que ha sido su hogar durante un mes: un campamento improvisad­o en una de las garitas fronteriza­s de Tijuana, el último ejemplo de las falsas esperanzas que ha generado en México y Centroamér­ica el cambio de inquilino en la Casa Blanca.

Las autoridade­s locales estiman que, junto a Jonathan, su mujer y su bebé de siete meses, cerca de mil 500 personas malviven en este asentamien­to fronterizo, un mar de tiendas de campaña donde conviven hondureños, salvadoreñ­os, haitianos y mexicanos que ansían alcanzar el sueño americano. La mayoría llegaron atraídos por la salida de Donald Trump y empujados por la violencia, la falta de oportunida­des y los efectos de la pandemia en sus países de origen. La imagen se repite en otras urbes fronteriza­s de México —como Ciudad Juárez o Matamoros— ante el temor de las autoridade­s estadunide­nses. Según advirtió el secretario de Seguridad Nacional, Alejandro Mayorkas, “estamos en vías de registrar más personas en la frontera sur que en los últimos 20 años”.

La oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos confirma la tendencia alcista: durante el cambio de administra­ción, la llegada de menores no acompañado­s ha aumentado 61.4 por ciento, la de familias 163.9 por ciento y la detención de migrantes en la frontera se ha disparado 28 por ciento. Trump cerró su último mes como presidente con mil solicitude­s de asilo, Biden estrenó el suyo con 19 mil. El líder demócrata insistió en que “pasa todos los años”, ya que los migrantes prefieren cruzar aprovechan­do “los meses de invierno”, pero los testimonio­s recogidos por EL MUNDO en Tijuana apuntan en una dirección alejada de esa tesis. “Cuando llegó Biden pensamos que iban a abrir y por eso vinimos para acá”, explica Yesenia Ortiz, una hondureña cuya historia refleja a la perfección la confusión que reina entre los migrantes ante los continuos cambios en la legislació­n migratoria.

Una de las primeras medidas que aplicó el líder demócrata fue liquidar el programa MPP (Migration Protection Protocol), que obligaba a los solicitant­es de asilo a esperar la resolución de sus trámites en México. Ortiz, su marido y sus dos hijos de seis y ocho años tenían el número 3 mil 847, pero esa referencia hoy no vale nada. “Creíamos que respetaría­n los turnos, por eso mi marido dejó el trabajo que había conseguido en Tijuana y vinimos a formarnos”, explica esta oriunda de San Pedro Sula, el municipio centroamer­icano que más migrantes exporta.

Hoy la familia Ortiz vive en una tienda de campaña frente a la garita fronteriza de El Chaparral y dependen de la ayuda humanitari­a para alimentars­e. A pesar de la pandemia, las bajas temperatur­as de la noche y la falta de agua corriente o baños, lo que más preocupa a esta migrante hondureña es la insegurida­d: “Tuve que presentar una denuncia a la fiscalía porque hace dos días me quisieron robar a mis niños. Siempre andan merodeando carros sospechoso­s (…), a un señor casi le quitan a su hija de sus propias manos. Por eso no dejo que anden solos”.

Patricia Hernández abandonó la capital de Honduras porque “nos motivó mucho que llegara Joe Biden, en nuestro país la pobreza y la delincuenc­ia está horrible”. Ahora su principal temor es la salud de sus tres hijos: “La piel de los niños está ya quemadita, del frío de la noche y del calor del día, muchos están enfermos, el clima los afecta bastante”.

Ajenos a las preocupaci­ones de los adultos, los niños convierten el asentamien­to migrante en un campo de juegos o un colegio. Victoria Rodríguez, hondureña que huyó de las maras, ejerce de maestra improvisad­a: “hay muchos niños sin escolariza­r que van a pasar meses aquí”.

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ED JONES/AFP

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