Cómo hacerle para que la gente vote

Cuando usted está leyendo este artículo estará a dos meses exactos de acudir a la soledad de la mampara para votar el 6 de junio. Eso es lo deseable, sin duda, porque el que vota toma en sus manos el timón del barco, y define entre muchos otros ciudadanos responsables, buena parte del destino del lugar donde vivimos.

No se puede decir que define el destino completo, porque obviamente “el voto pone y el político dispone”, ya convertido en funcionariotodopuedepasar,yaseaqueporconviccióncumplaoqueporotrasrazonesdefraude a quien lo eligió.

Pero si votar es un riesgo de ser decepcionado, no votar es dejar en manos de otros lo que uno puede definir.

No votar es incluso, en términos de justicia, perder en parte el derecho de quejarse por malos gobiernos, cuando se desperdició el derecho a participar y la obligación civil de hacerlo.

Dentro de dos meses, a esta hora, estarán haciendo fila ciudadanos que van más allá de las quejas continuas en reuniones, en centros de trabajo, en charlas de café y no se diga en redes sociales.

Harán fila y votarán aquellos que entiendan que la democracia, lastimada o denostada por muchos, solo es posible si la buscamos construir todos, más allá del “todos son iguales”, “ni a cuál irle, para qué voy”.

Es cierto, abundarán en la boleta los advenedizos, los improvisados, los famosos que vendieron sus seguidores y credibilidad al mejor postor, los corruptos que solo se “lavaron la cara” para volver a participar ante el miedo de dejar de vivir del erario porque no saben hacer otra cosa, los que solo saben hablar del qué, pero no tienen idea del cómo.

Pero también estarán en la boleta los que intentan de verdad marcar la diferencia, los que sí han estado antes y creen poderlo hacer mejor, los que merecen el voto de confianza.

Puede que si votamos no cambiemos gran cosa de nuestro presente, pero lo que es seguro es que si no votamos dentro de dos meses, seremos parte del problema y alguien decidirá por nosotros.