Neruda dice
Gil buscó otro de sus breves libros que reproducen algunos discursos de los Premios Nobel. Tomó las palabras impresas que pronunció Pablo Neruda en 1971. Aquí van unos párrafos para esta página del fondo
Gil cerraba la semana desorientado, sin brújula, sin norte ni sur, ni este ni oeste. Como lo oyen. Así vagaba por el amplísimo estudio y buscó otro de sus breves libros que reproducen algunos discursos de los Premios Nobel. Tomó las palabras impresas que pronunció Neruda en 1971, cuando le otorgaron el premio. Gran poeta de veleidades comunistas, una parte de la poesía de Neruda le gustaba a Gamés. Aquí van unos párrafos del discurso para esta página del fondo.
Yo no aprendí en los libros ninguna receta para la composición de un poema: y no dejaré impreso a mi vez ni siquiera un consejo, modo o estilo para que los nuevos poetas reciban de mí alguna gota de supuesta sabiduría. Si he narrado en este discurso ciertos sucesos del pasado, si he revivido un nunca olvidado relato en esta ocasión y en este sitio tan diferentes a lo acontecido, es porque en el curso de mi vida he encontrado siempre en alguna parte la aseveración necesaria, la fórmula que me aguardaba, no para endurecerse en mis palabras sino para explicarme a mí mismo.
En aquella larga jornada encontré las dosis necesarias a la formación del poema. Allí me fueron dadas las aportaciones de la tierra y el alma.
No sé, después de tantos años, si aquellas leccionesque recibí al cruzar un río vertiginoso, al bailar alrededor del cráneo de una vaca, al bañar mi piel en el agua purificadora de las más altas regiones, digo que no sé si aquello salía de mí mismo para comunicarse después con muchos otros seres, o era el mensaje que los demás hombres me enviaban como exigencia o emplazamiento. No sé si aquello lo viví o lo escribí, no sé si fueron verdad o poesía, transición o eternidad, los versos que experimenté en aquel momento, las experiencias que canté mas tarde.
Todos los caminos llevan al mismo punto: a la comunicación de lo que somos. Y es preciso atravesar la soledad y la aspereza, la incomunicación y el silencio para llegar al recinto mágico en que podemos danzar torpemente o cantar con melancolía: mas en esa danza o en esa canción están consumados los más antiguos ritos de la conciencia de los hombres y creer en un destino común.
Los enemigos de la poesía no están entre quienes la profesan o resguardan, sino en la falta de concordancia del poeta.
Los errores que me llevaron a una relativa verdad, y las verdades que repetidas veces me recondujeron al error, unos y otras no me permitieron –ni yo lo pretendí nunca– orientar, dirigir, enseñar lo que se llama el proceso creador, los vericuetos de la literatura. Pero sí me di cuenta de una cosa: de que nosotros mismos vamos creando los fantasmas de nuestra propia mitificación. De la argamasa de lo que hacemos, o queremos hacer, surgen más tarde los impedimentos de nuestro propio y futuro desarrollo.
Cada uno de mis versos quiso instalarse como un objeto palpable: cada uno de mis poemas pretendió ser un instrumento útil de trabajo: cada uno de mis cantos aspiró a servir en el espacio como signo de reunión donde se cruzaron los caminos, o como fragmento de piedra o de madera en que alguien, otros, los que vendrán, pudieran depositar los nuevos signos.
Hace hoy cien años exactos, un pobre y espléndido poeta, el más atroz de los desesperados escribió esta profecía: “A l’aurore, armés d’une ardente patience, nous entreron saux splendides Villes”. “Al amanecer, armados de una ardiente paciencia, entraremos a las espléndidas ciudades.” Yo creo en esa profecía de Rimbaud, el vidente.
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Como todos los viernes de pandemia, Gil toma la copa consigo mismo. Mientras deja caer un chorro de Glenfiddich en vaso corto con rocas, repetirá en voz alta estas frases de Neruda: “Para que nada nos separe, que nada nos una”.
“Yo no aprendí en los libros ninguna receta para la composición de un poema”