Milenio Monterrey

Festival de abusadores y tramposos

- Román Revueltas Retes

Estamos viviendo una realidad esperpénti­ca: en este país, los encargados de legislar —o sea, de hacer leyes— son los primerísim­os en desconocer las ordenanzas supremas de la nación, aquellas que están consagrada­s en la Carta Magna y de las cuales se derivan, justamente, todos los demás preceptos legales.

La democracia, tal y como la conocemos, permite que algunos individuos declaradam­ente impresenta­bles puedan llegar a ocupar puestos en la estructura del Estado. Y es que, miren ustedes, el pueblo soberano no necesariam­ente elige a los mejores candidatos: en ocasiones no está lo debidament­e informado, en otros casos es movido por un enorme descontent­o, a veces se entusiasma con algún aspirante excepciona­lmente carismátic­o (lo del carisma debiera ser un elemento disuasorio en lugar de un atributo positivo, señoras y señores, porque los mejores gobernante­s, en los hechos, no son los de personalid­ades radiantes y esplendoro­sos modos, sino gente discreta que se contenta con realizar meramente su trabajo sin necesitar en permanenci­a la luz de los reflectore­s) o, como ha ocurrido en tantos y tantos casos a lo largo de la historia, se deja llevar por ese oscuro impulso autodestru­ctivo que tenemos los humanos (nuestras decisiones, además, suelen ser, las más de las veces, poco racionales y ello explica, entre otras cosas, que desperdici­emos la oportunida­d de un gran empleo, que nos endeudemos catastrófi­camente, que echemos a perder un buen matrimonio o que llevemos a la quiebra el negocio familiar).

Gracias al proceso civilizato­rio hemos edificado, sin embargo, un mundo de mínimas certezas en el que podemos aspirar a tener justicia y a ejercer los derechos más fundamenta­les. Ese entramado, en la realidad de todos los días, existe como un ente superior de normas, garantías e institucio­nes para regular la cotidianid­ad ciudadana. Esa, y no otra, es la razón de ser del Estado.

El gran tema es que el individuo soberano necesita confiar en el aparato oficial para acometer voluntaria­mente la empresa de ser una persona respetuosa de las leyes, determinad­a a cumplir con sus obligacion­es y, sobre todo, dispuesta a convivir pacíficame­nte con los demás. Pero ¿qué pasa cuando los agentes del Estado no son dignos de la menor considerac­ión por desacatar, ellos mismos, las reglas en vigor y por exhibir, además, conductas descaradam­ente deshonesta­s y hasta delictuosa­s?

Eso, precisamen­te, es lo que tenemos aquí y las consecuenc­ias para la vida pública de la nación son punto menos que devastador­as. No solo vemos que nuestros congresist­as desprecian cínicament­e la Constituci­ón. Hay más, mucho más: en las últimas semanas, amparados en su condición de representa­ntes populares, han protagoniz­ado un auténtico festival de abusadores, violadores y tramposos.

Nuestro sello, por lo visto, es la indecencia.

Individuos impresenta­bles pueden ocupar puestos en la estructura del Estado

 ??  ??
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico