Luz del Fuego
En 1950 alcanza su apogeo, de regreso de Europa y de sus clases de baile, instaura una nueva manera de danza con dos cobras que enlaza a su cuello o a su cuerpo, y su desnudez flagrante que provoca escándalo y rechazo
Un nudista es una persona que acredita que su indumentaria no es necesaria para la moralidad de su cuerpo. Es inconcebible que el cuerpo humano tenga partes indecentes que precisen ser escondidas.
Luz del Fuego
Hubo una vez una novela y esa novela contenía la vida de una bailarina carioca que precisamente por ello llega hasta nosotros en mito y en carne viva porque a su autor, Javier Montes, según dice, le gustan los personajes como ella a tumba abierta, que vivieron sin frenos.
Pero quién es Luz del Fuego, qué hizo, qué le pasó, por qué escribir una novela sobre ella. Su nombre: Dora Vivacqua (1917-1967). Su tierra: Brasil. Su clase social: privilegiada por el dinero y los vínculos de su familia con el poder político y económico. Su impronta: la danza. Y su pasión: la naturaleza y la defensa de la mujer.
Como bailarina hace sus primeros pasos en un circo y se bautiza como Luz Divina, pero un lápiz de labios lanzado al mercado la seduce por sus sonoridades castellanas. Será pues Luz del Fuego desde entonces, es decir, 1944-45. Vivirá todas las aventuras obscenas y no tanto, habitará los prostíbulos, los bajos fondos, las zonas censuradas, y desde su clase descenderá a los patios traseros ya los equívocos del sexo y los géneros.
En 1950 alcanza su apogeo, de regreso de Europa y de sus clases de baile, instaura una nueva manera de danza con dos cobras que enlaza a su cuello o a su cuerpo, y su desnudez flagrante que provoca escándalo y rechazo. También la costumbre que se impone al no ingerir bebidas alcohólicas y volverse vegetariana, y para colmo obtener el derecho de vivir en una isla de la Bahía de Guanabara en Río de Janeiro, a la que llamó Isla del Sol. Allí desnudarse era obligatorio, en ese primer club na turista brasileño, cuya índole pareciera anarquista por la ausencia de jerarquías y roles.
De modo que con las noticias de ese extraño paraíso, comenzaron a llegar los afortunados, tanto en dinero como en celebridad. Allí las personalidades que no querían desnudarse se encontraron sin derecho de paso. No así figuras como Ava Gardner, Tyrone Power, Brigitte Bardot, Errol Flynn y otras estrellas de la misma magnitud. No era la primera vez que Luz intentaba algo así, en su profesión, pero sobre todo en su cotidianeidad siempre abogó por la desnudez de los cuerpos y el despojamiento de un pudor malsano que nada tiene que ver con nuestro propio organismo.
Las pistas de su vida son confusas de modo que su biógrafo más que asegurar verdades, define su ejercicio tan dudoso como todas las biografías que se han escrito sobre personalidades famosas. Lo cierto es que además de bailarina fue actriz, lo prueban una decena de películas y la misma Ilha do Sol para corroborar su activismo naturista. Pero ella ambicionaba nuevas zonas de libertad para los cuerpos de mujeres y hombres. Y en eso estaba cuando dos hombres, acaso imaginando el botín que podían llevarse de la isla, con engaños lograron que saltara a su canoa para seguir los, y allí mismo la mataron y descuartizaron junto a su casero, para luego arrojarlos al fondo del mar.
Antes hubo de vivir agasajos y admiración puesto que el movimiento naturista de Brasil fue reconocido por la Federación Internacionalde Na turismo junto con la isla y toda su activismo libertario.
En cuanto a su feminismo, salvo la autonomía de sus actos y vida en el mismo gesto de andar con la piel al aire, no puedo reconocer nada más, lo cual pareciera dar lugar a los primeros avances de la cultura trans.
Teniendo en cuenta las particularidades de su paso por la tierra y convertida en una suerte de mito o fábula, su vida fue llevada al cine sin mucho éxito. Javier Montes dice que a Luz del Fuego no la conoce casi nadie, ni siquiera en el propio Brasil. No obstante, poco a poco su figura surge de las brumas del olvido y se la va reconociendo por su índole rebelde que favorece el ejercicio libertario de las mujeres,así como también su vínculo directo con la naturaleza en la reivindicación del cuerpo femenino. Ella encarna, dice Montes, todo lo que el Brasil de nuestro tiempo, individualista y conservador, odia.
De aquí a 50 años seré recordada, repitió más de una vez. Ahora que ya han pasado esos 50 años que predijo, su nombre y su historia vuelven a ser motivo de relatos y notas.
Pienso que desnudarse en ella adquiere el signo de la ruptura con la hipocresía de su clase y su familia. Que ponerse al desnudo fue eso precisamente, rechazar crítica mente el poder de una sociedad que oculta siempre los obscenos desvaríos sexuales, políticos, afectivos, económicos, que en definitiva forman parte de su tradición.