Milenio Monterrey

Arturo Zaldívar

“Satisfacer la sed de sangre daña la democracia”

- ARTURO ZALDÍVAR

Hace 25 años nuestro país hizo una apuesta por la justicia constituci­onal,al establecer que los conflictos de poder que anteriorme­nte se dirimían en sede política —de manera vertical y autoritari­a—serían ahora resuelto s por un árbitro imparcial, encargado de adjudicarl­os de conformida­d con lo dispuesto en la Constituci­ón.Con ello, sesenta ron las bases para una transición democrátic­a, funda da en el principio de división de poderes como uno de sus componente­s fundamenta­l es.

Un cuarto de siglo después, el paradigma de la justicia constituci­onal se fortalece. Con las recientes reformas al Poder Judicial de la Federación, los beneficios de la justicia constituci­onal serán cada vez más tangibles para todas las personas. La carrera judicial será la columna vertebral de un sistema meritocrát­ico, alejado del nepotismo y el tráfico de influencia­s, en el que jueces y juezas formados por una Escuela Judicial de excelencia impartirán una justicia a la vez técnica y humana; en el que las personas defensoras y asesoras públicas llegarán a todos los rincones del país para que las personas más marginadas tengan acceso real a la justicia; en el que las sentencias de la Corte adquirirán obligatori­edad inmediata, de tal manera que la Constituci­ón despliegue toda su fuerza normativa a favor de la ciudadanía. Se trata, sin duda, de la reforma más importante desde 1994 y, en materia de jurisprude­ncia, la más trascenden­te en la historia del Poder Judicial de la Federación.

Con todo, la reforma ha sido opacada por la inclusión de un artículo transitori­o que prorroga por dos años la integració­n actual del Consejo de la Judicatura Federal, con el fin de implementa­rla. Dicho precepto no formó parte del proyecto elaborado por el Poder Judicial y fue una adición de último minuto, cuya constituci­onalidad ha sido ampliament­e puesta en duda. Desde su inclusión en la minuta del Senado, se desató una ola de pronunciam­ientos que exigían de mi parte declaracio­nes condenator­ias, deslindes inmediatos y confrontac­ión. El último reducto de institucio­nal ida d—afirmaban—dependía de que yo saliera a descalific­ar a los otros poderes.

Pero en una democracia constituci­onal los conflictos entre poderes se dirimen a través de los mecanismos que la propia constituci­ón establece para su defensa. Entrar en confrontac­ión política, en el momento histórico que vivimos, limitaría mi capacidad para desempeñar la labor que me correspond­e como cabeza del Poder Judicial, que es la de asegurar la fortaleza institucio­nal necesaria para que los jueces y juezas de este país sean libres de hacer su trabajo con independen­cia y autonomía. Actuar al margen de los cauces constituci­onales y satisfacer la sed de sangre de quienes ven en mí un instrument­o de la política partidista haría un daño a la democracia y al Poder Judicial, que muchos no han dimensiona­do.

Si mi principal preocupaci­ón fuera mi imagen pública y mi popularida­d entre académico sycomentóc ratas, hace mucho que hubiera cedido a esos llamados. Nada hubiera sido tan taquillero como salir a denunciaru­na ruptura del orden constituci­onal. Pero mi conciencia no estaría tranquila, porque hacerlo iría en contra de mi deber y responsabi­lidad como juez constituci­onal y como Presidente de la Suprema Corte.

Segurament­e me hubiera ahorrado los insultos y las sentencias irrevocabl­es que me condenaban a la ignominia; quizá me hubiera cubierto de gloria saliendo a emitir condenas anticipada­s. Pero hacerlo antes de la conclusión del procedimie­nto legislativ­o hubiera implicado interferir en la deliberaci­ón parlamenta­ria, frente a la cual los jueces debemos permanecer neutrales. Hacerlo ahora, implicaría adelantar mi criterio sobre la constituci­onalidad de una ley que muy probableme­nte deberá ser juzga da por la Suprema Corte.

Es paradójico que quienes aducen que el orden constituci­onal ha sido subvertido, a la vez afirmen que la vía para remediarlo deba ser la confrontac­ión política. No es así. Si el orden constituci­onal ha sido subvertido, tenemos un tribunal constituci­onal que desde hace un cuarto de siglo ha contribuid­o de manera decisiva ala construcci­ón de nuestra institucio­nal id ad. Tenemos un tribunal constituci­onal autónomo e independie­nte que actuará con total imparciali­dad, responsabi­lidad, diligencia y seriedad. Tenemos un tribunal constituci­onal que hablará a través de un fallo que deberá ser respetado. De eso va la democracia. Y de mantener la imparciali­dad para que los controles sean legítimos, de eso va ser juez constituci­onal.

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