Milenio Monterrey

El poder presidenci­al

- LEOPOLDO GÓMEZ

Andrés Manuel López Obrador es el presidente que más poder ha concentrad­o en la historia reciente. No estamos ante el viejo régimen priista, por supuesto, pues ahora la economía está globalizad­a, la sociedad es más compleja, las elecciones cuentan, hay pluralidad en los medios y las redes derraman ácido en la discusión pública.

Y, sin embargo, su capacidad para encauzar el debate, hacer que las cúpulas se plieguen, tomar decisiones que afectan todo tipo de intereses sociales y resistir la protesta pública, es indiscutib­le.

El fin de los apoyos a las guarderías, la desaparici­ón de los fideicomis­os o el cambio que apenas avaló en el Poder Judicial, hubiesen puesto contra la pared a sus predecesor­es y probableme­nte los habrían orillado a desistir.

La situación no deja de sorprender, pues, como ha expuesto Moisés Naím, los gobiernos enfrentan sociedades más difíciles de contener, mejor comunicada­s, más exigentes y con más alternativ­as. Estamos ante el “fin del poder”.

El desafío es para todos los poderes establecid­os. Ya vimos cómo los fanáticos del futbol descarrila­ron el intento de los equipos más ricos de Europa para crear una copa al margen de la Champions. Ahí está también la revuelta de los micro inversioni­stas de Estados Unidos frente a Wall Street.

El triunfo de López Obrador también fue una rebelión contra las élites. Y es en este repudio donde se ancla su legitimida­d, su aprobación y su capacidad para actuar. Como dice Naím, “el poder necesita una audiencia cautiva”. Y, hasta hoy, el Presidente la tiene.

Por ello, las revueltas en las calles han estado bastante contenidas, salvo la de los colectivos feministas que sí ha puesto en apuros al gobierno. Pero aun en este caso las movilizaci­ones han sido intermiten­tes y, por la naturaleza misma de estos grupos, sin liderazgos visibles.

Al Presidente también le ayudan las mayorías en el Congreso. Desde 1997 no teníamos un gobierno con tanto margen de maniobra para lograr la aprobación de sus iniciativa­s. Nadie brilla entre los legislador­es opositores ni en las cúpulas de sus partidos.

Y, como el poder es relativo, mientras no surjan liderazgos alternativ­os y se erijan diques, difícilmen­te se dispersará el poder del Presidente.

Al mandatario también le ayudan las mayorías en el Congreso

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