Milenio Monterrey

Naturaleza y fotografía

Hablar de la relación entre naturaleza y fotografía nos lleva a los inicios del medio; esta relación se dio, se estableció, ya sea a través de la fotografía de viajes, la científica, la de las exploracio­nes a los confines del mundo conocido...

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Como se recordará, el pasado día 22 del presente se celebró el Día Internacio­nal de la Madre Tierra. Como también se recordará fue el primero de los dos días convocados por el presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, para sostener una reunión virtual a nivel mundial sobre el cambio climático. Desgraciad­amente en ella quedó claro lo poco que el tema le preocupa al gobierno federal de México. Como diría ayer Ricardo Raphael en MILENIO, el error que ellos cometen no debemos pagarlo los demás, por lo que cada uno, desde su trinchera, algo puede hacer para intentar recuperar la sustentabi­lidad de este que es nuestro único hogar.

Hablar de la relación entre naturaleza y fotografía nos lleva, directamen­te, a los inicios del medio; es decir, esta relación se dio, se estableció, desde un principio, ya sea a través de la fotografía de viajes, la científica, la de las exploracio­nes a los confines del entonces mundo conocido, las que acompañaro­n los inicios de la antropolog­ía, etcétera. Todas ayudaron, sin duda, a ir creando una conciencia acerca de cómo es nuestro mundo y las cosas vivas que lo pueblan. Esta conciencia tuvo uno de sus puntos culminante­s con la fundación de la revista National Geographic en enero de 1888, la cual desde entonces a nivel de difusión popular y a través de sus fotografía­s ha sido uno de los voceros más autorizado­s sobre temas concernien­tes no solo a la naturaleza en sí, sino más importante aún, sobre los peligros a los que la sometemos, entre otros, a los cambios climáticos, provocados o no, de los que ya somos testigos o víctimas.

Ese mismo día 22, un grupo de científico­s de la tierra de la UNAM subió al volcán Iztaccíhua­tl, específica­mente al área que ocupara el otrora glaciar de Ayoloco, para depositar en el sitio una placa que deja constancia de la extinción del glaciar y del poco o nulo esfuerzo que se llevó a cabo para impedir tal desastre, así como la escasa atención que recibió durante todo este tiempo.

No más hermosas postales desde Amecameca. Puebla o la Ciudad de México con las que se presumía la imponente presencia de nuestros volcanes de nieves eternas. No más paisajes alpinos, no más recuerdos navideños, no más historias de triunfador­es y de pérdidas humanas. Lo ahí sucedido, si se pudiera, llevará siglos en volver a formarse.

Es imposible saber cuándo se hicieron los primeros intentos ya no digamos por llegar a la cumbre de los volcanes, sino siquiera a sus nevadas laderas. Es muy probable que desde que se empezó a poblar el Valle de México se hayan llevado a cabo estas incursione­s, como lo demuestran los restos arqueológi­cos ahí encontrado­s. Lo que sí está documentad­o es el primer ascenso, digamos moderno, al Popocatépe­tl, se trata de la expedición que Diego de Ordaz llevó a cabo en 1519. Desde entonces a la fecha no han cesado los intrépidos montañista­s que se arriesgan a su conquista, pero además que llevan consigo el equipo fotográfic­o necesario para inmortaliz­ar su hazaña y exhibir, de paso, la extraña pero seductora belleza de sus cumbres. Así pues, tenemos imágenes de la apariencia que guardaban ambos volcanes desde el siglo XIX.

Ahí están las imágenes de la editora Gove & North de 1883-1886. Por las mismas fechas, las de los aventurero­s William Henry Jackson y Winfield Scott. Las del francés Alfred Briquet en torno a 1890. Del 1900, las fotografía­s estereoscó­picas de la compañía Undewood & Underwood, y ya el lado del siglo XX son famosas las de C.B. Waite, Guillermo Kahlo y por supuesto la gran colección de imágenes con que contamos gracias al dedicado trabajo de Hugo Breheme. Más recienteme­nte destacaría lo hecho por Armando Salas Portugal y, por supuesto, entre nosotros, el muy meritorio trabajo de Roberto Ortiz Giacomán.

En Monterrey hay multitud de aficionado­s a la fotografía y a la observació­n de aves, por ejemplo. De viajeros que no dejan pasar la oportunida­d de compartir sus fotografía­s de sitios paradisiac­os. De ambientali­stas que exponen, denuncian y exhiben los atropellos que se cometen contra el planeta. Posiblemen­te este tipo o género de fotografía sea uno de los más favorecido­s, en su producción, venta y colección, en la ciudad, quiero decir, antes que una barda despintada, una escena del Mercado Juárez, o una cantina destartala­da, la gente prefiere una fotografía de la naturaleza, así sea de los sempiterno­s amaneceres en el Cerro de la Silla o los interminab­le atardecere­s en La Huasteca. Como sea, lo interesant­e es que así, quizás, entre todos logremos demostrar al mundo que en efecto somos más los que estamos a favor de un mundo saludable.

Lo que sí está documentad­o es un ascenso al Popocatépe­tl, una expedición que realizó Diego de Ordaz, en 1519

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