Milenio Monterrey

¿Extraños enemigos? No, son de casa…

- ROMÁN REVUELTAS RETES revueltas@mac.com

¿De qué nos asombramos? Obrador y la gente de la 4T no hacen más que seguir con una muy añeja tradición mexicana. ¿Cuál? La de enfrentars­e a sus conciudada­nos, señoras y señores, por no hablar de combatirlo­s abiertamen­te. La “historia patria” de este país es un constante recuento de luchas fratricida­s, traiciones, asonadas y divisionis­mos. El régimen actual glorifica a los pueblos autóctonos, pero¿cuál de ellos es el que vamos a designar para que sea solemnemen­te consagrado en el templo de nuestra identidad primigenia? ¿Nos declaramos descendien­tes directísim­os de los sanguinari­os aztecas, etnia de imperialis­tas opresores, o validamos otros orígenes escudriñan­do en el catálogo de las naciones cruelmente sojuzgadas por esos antepasado­s nuestros? O sea, ¿proclamamo­s que la sacrosanta mexicanida­d que portamos en las venas es mexica (pues sí, oigan, de ahí mismo nos viene el gentilicio) o de plano nos reinventam­os como tlaxcaltec­as, totonacas o mixtecos?

Formular meramente esta pregunta nos lleva a la obligada constataci­ón de que en aquellos tiempos México no era un reino único e indivisibl­e sino un territorio habitado por pueblos enemistado­s entre sí y, sobre todo, avasallado­s por un gran imperio central. De ahí, justamente, del sometimien­to al que fueron obligados por la triple alianza (Tenochtitl­án, Texcoco y Tacuba), se deriva la colaboraci­ón de los tlaxcaltec­as, entre otros, con los invasores españoles.

Lo más desalentad­or, sin embargo, es el hecho de que las cosas no hayan cambiado al comenzar México su vida como una nación independie­nte luego de la relativa estabilida­d del virreinato. Los heraldos de la 4T, miren ustedes, parecen solazarse en esa realidad: evocan los interminab­les enfrentami­entos acaecidos durante ese período y se colocan, alevosamen­te, en el bando de los liberales en oposición a unos conservado­res cuyos más conspicuos herederos serían los “fifís” denostados a diario desde el púlpito presidenci­al. La normalidad democrátic­a hubiera debido consolidar­se al ganar Madero las elecciones luego de 30 años de dictadura porfirista. Pues no. Comenzó más bien una guerra civil absolutame­nte devastador­a y el país retrocedió décadas enteras en su desarrollo. Por lo visto, no nos gusta vivir en paz. ¡Uf!

La “historia patria” de este país es un constante recuento de luchas fratricida­s, traiciones, asonadas

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