Traen falda, pero también toga
Uno de los asuntos que me parecen particularmente trascendentes en lo que se ha discutido respecto de la extensión al periodo de la presidencia de la SCJN, tiene que ver con que se vulneran las instituciones al cifrar su devenir en la figura de una persona en específico. La argumentación de que hay que mantener el liderazgo del ministro Zaldívar para garantizar la viabilidad de la propia reforma en la que se inscribe la prolongación de su mandato, le da a quien encabeza la Corte un tinte mesiánico, incompatible con lo efímero de su paso por ese cargo e inadmisible, sobre todo, en el marco de un órgano colegiado como lo es la instancia Suprema del Poder Judicial en nuestro país.
Sin embargo, no se agota allí el revés que le asesta a la SCJN el transitorio aprobado en el Legislativo. Paradójicamente, se profundiza cuando ponemos los reflectores en las personas. Y es que si bien la institucionalidad obliga precisamente a trascender a los individuos, es innegable que la integración de un órgano deja de múltiples maneras su impronta en el mismo. Panta Rei, decía Heráclito; y daba como ejemplo del eterno flujo la imposibilidad de bañarse dos veces en el mismo río, toda vez que sus aguas avanzaban de manera constante. Así, el río que es la Corte permanece, pero sus aguas, es decir, quienes la integran, se transforman sin cesar. Por lo cual, esta maniobra no habría tenido los mismos efectos hace una década o dos. Y es que el impulso a la permanencia de Zaldívar ocurre justo cuando el máximo Tribunal ha alcanzado una cifra récord en sus integrantes mujeres: por primera vez en su historia, tres ministras lo conforman de manera simultánea. Y cada una de ellas podría aspirar a liderar el colegiado. Y por lo tanto no solo se impide así, en crudo, que otros integrantes de la Institución aspiren a encabezarla, sino que se soslaya esa posibilidad al mayor número de mujeres que hayan podido llegar a tan alto honor.