Milenio Monterrey

«Traidor», «fascista», «rata»

- ANTONIO LUCAS

esto es como una radiografí­a, si no se tienen los conocimien­tos necesarios, no se sabe interpreta­rlo. El aparato da la informació­n que da y nada nos garantiza que en un momento de despiste algo se nos pueda escapar». En cuanto al caso concreto del vigilante que no detectó los últimos envíos con munición dirigidos a personalid­ades públicas, indicó que se han dirigido a la empresa de Seguridad que tienen subcontrat­ada para pedir que «lo retiren del servicio» y que, a partir de ahí, adopten contra él las medidas que consideren oportunas. «Tampoco somos los más malos del mundo», se defendió Pumares, que pidió tener en cuenta que revisan «22 millones de envíos diarios». «Si nos ponemos exquisitos en el plano teórico, las rutas no salen y si las rutas no salen, Correos no cumple con su función. Y si Correos no cumple con su función, hacemos un flaco favor a esta casa», enfatizó.

Deestamane­raintentó«arrojar luz» sobre lo que ha ocurrido, a lo que los sindicatos le recriminar­on que hubieran descargado toda la responsabi­lidad sobre el vigilante apartado porque, a su juicio, trabajan en condicione­s precarias.

«A cada vigilante le sale la hora de escáner por unos céntimos», destacaron los sindicatos, que se quejan además de la falta de inversión en la logística postal.

En la plaza de Felipe II (Madrid), Ciudadanos despliega un cartelazo de cielo a suelo donde recoge los hits de esta campaña: «Traidor», «Fascista», «Amargada», «Parásito», «Rata». Me he acercado a verlo. Abajo, en un cuerpo de letra más pequeño, invita a decidir entre «El Madrid de los insultos, o el Madrid de la concordia». Creo que le sobra la coma.

El desplegabl­e es un acierto. Probableme­nte de los pocos que le quedan por consumar a los de Arrimadas en Madrid. Pero un acierto. Da en la diana de lo que es esta campaña: una berrea de insultos con flojera de ideas, un histerismo pegajoso, una vulgaridad. A veces participo de lo mismo que me sonroja, qué le vamos a hacer. El insulto es una esgrima que requiere saber manejar bien la mercancía de ataque y el de defensa. Cuando se tira mal, la humillació­n impacta directamen­te quien lo lanza. Eso está sucediendo en casi todos los rivales. Aunque exactament­e en tres: Ayuso, Iglesias y Monasterio. Así es. Además lo hacen con la voz muy alta, como si aullando se llegara más lejos. Frente al ajedrez de la audacia, éstos prefieren el parchís. Andan recalentan­do las palabras. Y eso se nota en que han encallado en dos o tres y por ahí resoplan. Es técnicamen­te lamentable. Y políticame­nte rasante. Les falta diccionari­o. Quien espera mucho de las elecciones lo hace, me parece, para rociarle el triunfo o la derrota a los demás. Da igual lo que llegue después. Yo también voy a votar: sin esperanza, con convencimi­ento. Pero estos días se parecen al asco de escuchar un repertorio caduco de dialéctica parda. No digo que el insulto sea malo como argumento, sino que estos lo están ensuciando hasta el desánimo. Hay una conciencia extremada de que en las autonómica­s de Madrid nos jugamos mucho. Aunque el problema es lo que no estamos sabiendo jugar. Casi nadie sabe, entre tanta bajura, qué propuestas vienen a hacernos.

Los que insultan más son los más acusicas. También son los del claroscuro, los infiables. Y, sobre todo, los más empalagoso­s. ¿Qué confianza política puede dar un líder que llama corrupto a un corrupto, fascista a un fascista, tonto a un tonto? Nuestra vida parlamenta­ria languidece en manos de la conciencia insultiva de unos seres (los de Vox, Iglesias, Ayuso) que al final son lo que son: unas malas palabras estampadas en un cartelón. Ciudadanos tiene gracia con esta ocurrencia. Al menos sirven para eso. Menos es nada.

Estos días se parecen al asco de escuchar un repertorio caduco de dialéctica parda

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