El voto de Savater
de Irlanda del Norte, como bien recuerda el historiador Eamon Phoenix. Los famosos disturbios durante la revolución industrial en 1886 se cobraron 60 muertos aquí mismo, en Spring Fields.
Un aire de pesadumbre y desolación se siente también en las casas de ladrillo oscuro del lado unionista en Cupar Way, al otro lado del muro. Allí vive Hayley Ferguson con su marido Brendan y dos hijos de diez y ocho años... «Tuvimos miedo ese día, cuando quemaron el autobús y el cielo se iluminó como un día de tormenta. Temo por mis hijos porque veo lo que está pasando y no me gusta nada. El futuro pinta bastante oscuro y nos quieren separar del Reino Unido».
Hayley no quiere contar mucho más, reconoce que hay miedo en su comunidad. El día de marras hubo niños detenidos de 13 años, lanzando cócteles molotov contra la policía. El aire se puede cortar con un cuchillo a lo largo del más imponente de los cien muros de Belfast, donde hace tiempo que dejaron de venir los turistas a fotografiar los grafitis. En la puerta metálica de Lanark Way, otra pintada con carga política sirve de advertencia a los coches que pasan raudos, como huyendo a toda prisa del pasado: «Quienes toman riesgos hoy, hacen la historia mañana».
Con la libertad que solo concede el dinero de generaciones de lectores, y con el coraje que solo se demuestra plantando cara no a fascistas de ficción sino a etarras de verdad, Fernando Savater anunció en El País que hoy votará a Isabel Díaz Ayuso. Las reacciones de los pordioseros mediáticos del sanchismo, incapaces de valerse ni de la opinión que alquilan a Ferraz ni del talento que nunca han tenido, carecen de interés. Lo interesante es analizar por qué nuestro intelectual más significado en la lucha contra el nacionalismo –de Franco al procés, pasando por ETA– declara su simpatía por aquella a la que se acusa de haber inventado nada menos que el nacionalismo madrileño. ¿Se ha vuelto nacionalista Savater o son sus críticos los que caen en la histeria de una analogía paranoide, dictada a pachas por la pereza y la venalidad desde la chepa nutricia de Moncloa? ¿Está naciendo otra nación a la orilla del Manzanares?
Lo cierto es que si llamamos río al Manzanares, quizá debamos disculpar que se funde una nación desde la Puerta del Sol. Pero Ayuso, digámoslo ya, no es una nacionalista. Para serlo tendría que haber elevado la xenofobia a militancia política, en vez de llamar a la inclusión; tendría que haberse puesto a medir cabezas en Getafe y disponer un catálogo de subvenciones en función de su diámetro, como propuso Camba en broma y argumentaron en serio Sabino Arana y Pompeu Gener; tendría que haber encargado a un comité de folcloristas muertos de hambre el rastreo de una parla castiza de interés cultural, tomando el deje carabanchelero de Almeida como paradigma fonético; tendría que haber desafiado a los tribunales para desbordar el Estado Autonómico de 1978, cuando fueron los tribunales los que dieron la razón a Ayuso cuando el despotismo de Sánchez derrapó en la segunda ola. El nacionalismo odia la unidad de España o bien odia su pluralidad, y Madrid ha hecho de la reivindicación de ambas su bandera. Ayuso, sí, promueve una suerte de identidad a la madrileña, pero esa pertenencia se articula en torno a un hedonismo de a pie en tiempos de caballería puritana. Y Savater siempre ha sido un hedonista jovial contra todos los tristes de este mundo.
Dicen que Ayuso cuando habla ofende sin proponérselo, pero solo puede ofender a quien, harto de la Savater._ alabanza de la corte y del menosprecio de su aldea, la escucha con el complejo periférico empinado o la superioridad moral en guardia. Lo que irrita de Ayuso es que gobierne para el pueblo y no para los curas de progreso. Por eso gusta a los filósofos laicos como
¿Se ha vuelto nacionalista o sus críticos caen en la histeria de una analogía paranoide?