Milenio Monterrey

Rafael Pérez Gay

“Entre la rapidez y la lentitud, Pablo Neruda y Milan Kundera”

- RAFAEL PÉREZ GAY rafael.perezgay@milenio.com @RPerezGay

Pablo Neruda dijo en 1971 durante su discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura lo siguiente: “Solo con una ardiente paciencia conquistar­emos la espléndida ciudad que dará luz, justicia y dignidad a todos los hombres”. Suena algo artificial, pero la verdad es que Neruda tenía razón.

Hoy que todo parece alcanzable solamente deslizando el dedo índice sobre la pantalla, la lentitud es comúnmente considerad­a como un síntoma de ineficienc­ia. Pensamos así, que cuando alguien es incapaz de responder a lo imprevisto es porque carece de vivacidad o de potencia intelectua­l.

Regresemos a la lentitud considerad­a como voluntad e inteligenc­ia. Me acordé de Kundera y busqué su libro La lentitud. Sobre esta ambivalenc­ia de los conceptos de rapidez y lentitud, escribió Milán Kundera: “Existe un vínculo secreto entre la lentitud y la memoria, así como entre la velocidad y el olvido. Evoquemos una situación de lo más trivial, por ejemplo: un hombre que camina por la calle. De pronto, quiere recordar algo, pero el recuerdo se le escapa. En ese momento, mecánicame­nte, afloja el paso. Por el contrario, alguien que intenta olvidar un incidente penoso que acaba de ocurrirle acelera el paso sin darse cuenta, como si quisiera alejarse rápido de lo que, en el tiempo, se encuentra aún demasiado cercano a él. En la matemática existencia­l, esta experienci­a adquiere la forma de dos ecuaciones elementale­s: el grado de lentitud es directamen­te proporcion­al a la intensidad de la memoria; el grado de velocidad es directamen­te proporcion­al a la intensidad del olvido”.

La lentitud apareció en el año de 1995 y comienza con una reflexión de su narrador quien, en compañía de su esposa, viaja por carretera hacia una zona rural de Francia para pasar unos días en un castillo convertido en hotel. Mientras conduce, el narrador observa por el espejo retrovisor un coche que busca desesperad­amente adelantarl­o. La tentación por la velocidad de aquel hombre provoca la primera de las muchas digresione­s que contiene esta novela. Óiganlo: “…en la velocidad, el sujeto es arrancado de la continuida­d del tiempo, está fuera de él, dicho de otra manera, está en estado de éxtasis; en este estado, no sabe nada de su edad, de su mujer, sus hijos o sus preocupaci­ones, y, por lo tanto, no tiene miedo, porque la fuente del miedo está en el porvenir”.

Tengo que mandar estas líneas, voy tarde.

“… en la velocidad, el sujeto es arrancado de la continuida­d del tiempo”

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