Milenio Monterrey

Emmanuel Carrère

El escritor francés se había propuesto escribir un libro sobre yoga y meditación, pero en el camino se le atravesó la vida. Y Yoga se convirtió en un cristal ético, un relato de su depresión, de su cataclismo psíquico

- GIL GAMÉS gil.games@milenio.com

Gil cerraba la puerta de la semana con un libro entre las manos: Yoga, de Emmanuel Carrère. El escritor francés se había propuesto escribir un libro sobre la yoga y la meditación, pero en el camino se le atravesó la vida. Y aquel libro se convirtió en un cristal ético, un relato de su depresión, de su cataclismo psíquico. Carrère dejó hace tiempo la ficción para contar su vida, la vida de los otros, la vida social. Gilga acopia unos párrafos de

Yoga (Anagrama, 2021) y los acomoda en esta página del directorio.

Teníamos miedo de que aquello terminara y miedo de que continuara.También hablábamos mucho. ¿De que se puede hablar cuando no sabes nada del otro? Todos los temas de conversaci­ón, normales, sociales, quedaban excluidos, no había ya en aquella habitación, en aquella cama, nada más que nuestros cuerpos y, perdón por la palabra, nuestras almas.

¿Que puedo decir de este desastre del que hablo? ¿Qué debo callar? Tengo una convicción, una sola, relativa a la literatura, bueno, al género de la literatura que yo práctico: el lugar donde no se miente. Es el imperativo absoluto, todo lo demás es accesorio y creo haberme atenido siempre ante este imperativo. Lo que escribo es quizá narcisista y vanidoso, pero no miento.

Mi vida, que yo creía tan armoniosa, tan fortificad­a, tan propicia a la escritura de un ensayo agradable sobre el yoga, avanzaba enrealidad hacia el desastre, que no vino a causa de circunstan­cias exteriores, el cáncer, un tsunami, o los hermanos Kouachi, que sin previo aviso dan una patada a la puerta y abaten a todo el mundo con kaláshniko­vs. No, vino de mí. Vino de esa tendencia a la autodestru­cción de la que presuntuos­amente me creía curado y que se desencaden­ó como nunca y me expulsó de mi cercado.

Desde que soy adulto me he visto como una persona un poco más neurótica de lo normal, lo que ha hecho que mi vida sea un poco más infeliz de lo normal, pero no me ha impedido conocer periodos de remisión, el más largos de los cuales, casi diez años, es aquel cuyo fin cuento aquí.

Dicen que no somos consciente­s de haber sido felices hasta que dejamos de serlo. No es cierto, por lo que a mí respecta: a lo largo de diez años sabía muy bien que era feliz. Me alegraba de serlo, daba las gracias a los dioses, daba las gracias al amor, daba las gracias a mi propia sensatez y quería, en la medida de que dependiera de mí, proteger esa dicha. No dejé de quererlo a lo largo de esta crisis, pero también quería lo contrario. Quería tanto el desastre como el apaciguami­ento, e incesante, insoportab­lemente, oscilaba de un lado a otro, Por eso me encuentro no ya en la consulta de un psicoanali­sta, como me ha ocurrido tantas veces en el curso de mi vida, sino en la de un psiquiatra (…)

¿Quién he deseado ser? Un hombre estable, un hombre sereno en el que puedes confiar, un hombre bueno, un hombre amoroso. Porque lo verdadero, la esencia de este combate, la única esencia de esta vida es, por supuesto, el amor, la capacidad de amar. Siendo un lisiado, he intentado apuntalar esta capacidad mediante disciplina­s como las artes marciales que aspiran que llegue al interior de uno mismo, algo distinto que el ego. Treinta y cinco años de escritura, treinta años de taichí, de yoga, de meditación para hacer que aflore lo que puede haber de amor dentro de mí. Nadie podrá decir que fui perezoso, nadie me podrá decir que no he luchado. “Ríndete corazón”, escribe Michaux, “ya hemos luchado bastante. Y que mi vida se pare. No hemos sido cobardes. Hemos hecho lo que hemos podido.

Todo es muy raro caracho. Como diría Groucho Marx: “Nunca olvido una cara, peroconlas­uyavoyahac­erunaexcep­ción”._

Gil s’en va

“Dicen que no somos consciente­s de haber sido felices hasta que dejamos de serlo”

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