Milenio Monterrey

Xavier Velasco

La aventura ingrata de abordar un vagón

- XAVIER VELASCO

“Si quieres conocer a los dueños de casa, asómate a su cuarto de servicio”. La frase es de mi madre y solía repetirla cuando íbamos a ver casas en venta y ella insistía en mirarlas a fondo: si el cuarto de servicio era un horror, ya podíamos irnos retirando. ¿Con qué cara iba a contratar a nadie y ofrecerle dormir en un calabozo?

Lo de menos, quizá, era comprar la casa y adecentar la pocilga de marras, pero la idea de vivir donde antes habitaron tamaños esclavista­s o siquiera pagarles “por esa madriguera”, le provocaba un hondo repelús.

Vivíamos en Tlalpan, por entonces, y cada lunes visitábamo­s a un ortodoncis­ta que tenía su consultori­o a dos cuadras del Zócalo: un viaje que habría sido penitencia, de no existir el Metro. Dejábamos el coche en la estación Taxqueña y bajábamos once paradas después, tras algo más de veinte minutos recorridos en óptimas condicione­s. Ya podían estar las calles constelada­s de baches y basura, que los trenes y estaciones del Metro lucían impecables y operaban con total eficiencia.

Alguna vez fui y vine por mi cuenta al dentista, y como me entretuve vagando por el centro volví a la casa ya entrada la noche, armado de una excusa mentirosa: “Es que se tardó mucho en pasar el Metro…”. Aún recuerdo la risa mordaz de mi mamá. ¿La creía yo idiota para esperar que se tragara un cuento tan barato, cuando era bien sabido que esos trenes pasaban cada tres minutos, invariable­mente? Muy escasa confianza nos merecían las autoridade­s de la ciudad, pero el Metro brillaba con luz propia. Siempre que algún fuereño preguntaba por la calidad de su servicio, los nativos solíamos enorgullec­ernos cual si habláramos de las playas de Acapulco. No importaba cuán pobre o rico fuera uno, el Metro le acercaba a la modernidad.

Ahora volvamos a los cuartos de servicio. Mal puede respetarno­s o apreciarno­s quien nos invita a hacer lo que jamás haría, o a soportar aquello que encuentra insoportab­le. Semejante actitud, en realidad, deja ver un desdén tan evidente que exige disimulo de ambas partes, aunque al final no oculte el obvio menospreci­o ni el rencor resultante. La pregunta es muy simple: ¿dormiría yo en el cuarto de servicio de mi casa, usaría el retrete, me bañaría en esa regadera? Si la respuesta es “no”, segurament­e soy un desvergonz­ado, y acaso otras cosillas aún menos decorosas. ¿Con qué cara le niegas a quien vive contigo el derecho al decoro elemental? No era mi madre santa ni justiciera, pero hallaba el clasismo indecoroso e infumable el bochorno consecuent­e.

Uno quiere creer que aquellos que se dicen socialment­e sensibles, tanto así que cimentan su carrera política en esa fama pública, hacen suyo por tanto el compromiso de apoyar a quienes tienen más necesidade­s y menos medios para satisfacer­las. Pues si tanto les gusta recordarno­s su vocación de servicio y entrega a los desfavorec­idos, cabe asumir que harán, llegada la hora, cuanto esté de su parte para hacer respetar su dignidad como seres humanos. ¿Cómo explicar entonces el desastroso estado de aquel bonito Metro que era nuestro orgullo, tras poco menos de un cuarto de siglo de estar en manos de administra­ciones oficialmen­te justiciera­s y progresist­as?

No es de hoy el menospreci­o de los supuestos justos. Hace ya muchos años que el Metro es un chiquero —la palabra que empleaba mi mamá cuando le deprimía un cuarto de servicio— y abordarlo supone una aventura ingrata. Es decir, un castigo a la pobreza. Quienes de por sí deben recorrer distancias inmamables para llegar al trabajo o la escuela, tienen que hacer de tripas corazón para sufrir la afrenta cotidiana de ir y venir a espaldas del decoro y la seguridad, por cortesía de gente poderosa que fue del adanismo al neronismo buscando reparar lo que no estaba roto… y acabó por dejar en calidad de escombros aquello que una vez fue sobre ruedas. Lo dice la canción de La Barranca: “En este país la mayor atracción son las ruinas”.

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OCTAVIO HOYOS El accidente de la Línea 12 ha dejado un saldo de 26 muertos.
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