Milenio Monterrey

Román Revueltas

Recursos públicos van a políticas asistencia­les

- ROMÁN REVUELTAS RETES revueltas@mac.com

Lo primero que hay que evaluar de cualquier programa de gobierno es su viabilidad. Es decir, ¿se pueden hacer todas las cosas que proponen sus ejecutores y alcanzar las metas que proyectan? ¿Cuentan con los recursos para hacerlo? ¿Están bien sustentada­s sus estrategia­s y debidament­e fundamenta­dos los procesos que intentan implementa­r?

Estas preguntas, que parecieran tan evidentes, chocan frontalmen­te con las evidencias más inmediatas cuando comienzas a escarbar un poco en el tema. Y, miren ustedes, es importante reflexiona­r sobre las posibilida­des reales de los diferentes modelos de desarrollo en estos momentos, justamente cuando el régimen de la 4T pretende llevarnos en dirección opuesta a la del satanizado neoliberal­ismo, presunto origen de todos nuestros males (por no hablar de que, trasmutado ya en suprema execración, se ha vuelto un elemento clave en la retórica del púlpito presidenci­al).

Lo que estamos viendo, por lo pronto, es que una sustancial parte de los recursos públicos se dedican a políticas asistencia­les en detrimento de los presupuest­os generales de la nación y en menoscabo del mismísimo funcionami­ento del aparato gubernamen­tal. El accidente del Metro en la capital de la República resulta, directamen­te, de la calculada austeridad en el ejercicio del gasto: el presupuest­o para mantenimie­nto se redujo de la misma manera como se han recortado decenas de otros programas —se han adelgazado al mínimo las brigadas para combatir incendios forestales, se han cancelado las becas para estudios en el extranjero, se han limitado los fondos para la cultura y los organismos autónomos, etcétera, etcétera— y se han también suprimido miles de puestos laborales en la estructura burocrátic­a.

Tenemos, de tal manera, a un gobierno que no funciona bien —tan simple como eso— pero que gasta deliberada­mente los dineros del erario en ciertos programas y proyectos: no se ha detenido la construcci­ón del Tren Maya ni se han tampoco dejado de dilapidar colosales cantidades de dinero para apuntalar las maltrechas finanzas de Pemex. En cuanto al aeropuerto de Santa Lucía, no solo va a costar mucha plata edificarlo, sino que el irracional abandono del aeródromo que se estaba ya construyen­do en Texcoco fue, en sí, una pérdida morrocotud­a: dinero tirado a la basura, literalmen­te.

La gran cuestión, precisamen­te, es cuál será el desenlace de todo esto. Porque, con perdón, el pronóstico de un país que lleva sus asuntos así no es nada bueno. El asistencia­lismo no resuelve de fondo el problema de la pobreza, la desinversi­ón en infraestru­ctura afecta severament­e la actividad económica y el simple hecho de que una gran parte del gasto público se esté destinando a los sectores menos productivo­s de la nación nos habla de una estrategia que es totalmente insostenib­le a mediano plazo. Ustedes dirán...

El accidente del Metro resulta, directamen­te, de la austeridad en el ejercicio del gasto

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