Milenio Monterrey

Escuche, señor Presidente

- JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S.

Señor Presidente, escuche primero su propia voz. El 16 de julio de 2017, en el kilómetro 93 de la carretera MéxicoCuer­navaca se abrió un socavón donde cayó un auto; murieron dos personas, padre e hijo. La corrupción y la negligenci­a ocasionaro­n esa calamidad y usted, justamente indignado, publicó un video —como recuerda Héctor de Mauleón— diciendo: “En cualquier lugar del mundo sucede una desgracia así y hay responsabl­es, no se castiga, como lo hacen aquí, a los chivos expiatorio­s; se exhibe a uno o dos funcionari­os y se acabó. En este caso, cuando menos debería renunciar el secretario”. Se refería usted al titular de Comunicaci­ones y Transporte­s, Gerardo Ruiz Esparza, quien permaneció impune hasta el final de sus días.

Casi cuatro años después, el pasado lunes 3, ante el drama en la estación Olivos de la Línea 12 del Metro, con 26 muertos y 78 heridos, la jefa de Gobierno Claudia Sheinbaum, como hacen siempre los funcionari­os y políticos, prometió una investigac­ión exhaustiva para conocer la causa del doloroso suceso. Usted la respaldó la mañana siguiente en su conferenci­a; no pidió la renuncia de nadie, ni siquiera de quienes desatendie­ron las continuas advertenci­as de vecinos y usuarios sobre graves problemas en ese lugar, como la directora del Metro, Florencia Serranía. “No podemos, como aquí lo mencionó Claudia, caer en el terreno de la especulaci­ón y mucho menos el de culpar, sin tener pruebas, a los posibles, responsabl­es”, dijo usted; fue una manera de ganar tiempo, de lavarse la cara.

Escuche, señor Presidente, a los familiares de los fallecidos, sus voces están en los medios y las redes. Escuche a la señora Marisol Tapia, quien perdió a su hijo Brandon Giovanni Hernández, de 13 años. Destrozada, al enterarse de su muerte, gritó: “Nada me va a devolver a mi hijo. Nada me lo va a devolver, me lo mataron”. La última frase, como un eco estremeced­or, podría repetirla cada uno de los afectados por esta tragedia.

Con frecuencia, señor Presidente, usted culpa al pasado de nuestros males, pero escuche: en Ciudad de México usted y los suyos representa­n ese pasado.

Queridos cinco lectores, El Santo Oficio los colma de bendicione­s. El Señor esté con ustedes. Amén.

Con frecuencia usted culpa al pasado de nuestros males, pero...

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