Sin madre
Adentro, en el palacio, el Presidente dijo que ese día no habría mañanera, que no iba a informar, que por ser 10 de mayo regalaría un concierto de Eugenia León dedicado a las mamacitas. No que los demás días informe algo, pero no se supone que las conferencias a las cuales cita a la prensa y a sus sicofantes día con día sean para que arme kermeses convenientemente espontáneas. Se la pasó bailando, risa y risa con la cantante, como si en vez del Presidente de todos los mexicanos fuera Raúl Velasco, sin admitir una sola pregunta ni abordar en modo alguno la realidad de un país en llamas al cual él no ha cesado de echarle gasolina, culpando del incendio a unos enemigos imaginarios que él llama conservadores, neoliberales o fifís.
Afuera, en la calle, como cada año desde hace 10 años, se reunieron las madres de miles de desaparecidos para marchar pidiendo justicia o, siquiera, algo de ayuda oficial; las activistas del Movimiento por Nuestros Desaparecidos en México y colectivos similares acuden a las fiscalías para hacer sus propias investigaciones, van a escarbar con sus propias palas, se juegan la propia vida en territorios controlados por el narcotráfico y encuentran los huesos de sus propios hijos no solo sin ayuda de nadie, sino con hartos obstáculos servidos desde una oficialidad que no gusta de revelar la podredumbre a ras de sus suelos.
Adentro, el Presidente palmeaba al ritmo de “Las Mañanitas” y “Traigo un Amor” sin acordarse de que en días anteriores había mandado al carajo a quienes le reclamaron su total ausencia de empatía con las víctimas del accidente del Metro, uno que dejó a más de 20 madres sin sus hijos sin que López Obrador les dirigiera más que las formalidades mínimas y tarde, justificando su negativa a visitar el lugar de los hechos o a consolar a los heridos en los hospitales como demagogia para hacerse fotos, al tiempo que se tomaba una comiéndose una tlayuda oaxaqueña con una sonrisa de oreja a oreja.
Afuera, las mujeres violentadas y asesinadas han dejado más de cinco mil huérfanos desde que comenzó el sexenio. La inflación, el huachicol y la violencia van viento en popa, y las clínicas y hospitales siguen sin tener medicamentos, ya no solo los necesarios para las quimioterapias pediátricas sino, entre otros, los que controlan la diabetes, las úlceras y el glaucoma.
Adentro, el Presidente les dice una y otra vez a las mujeres violadas, a los padres desesperados por sus hijos con cáncer, a los ecologistas muertos y a los científicos y artistas que dejó en la lona por hacer su trenecito deforestador, su aeropuerto suicida o su refinería inoperante, que ya chole, que dejen de hacer sus escandalitos, que seguro quieren mantener los privilegios de los que gozaban antes —cosas de burgueses como estudiar, comer o respirar—, o que los han de haber mandado los conservadores para distraer de sus inmensos logros, como ese de su rifa del avión tan groseramente interrumpida por las protestas feministas.
Qué bueno que el Presidente se acordó de las madres en su día. Porque, a decir verdad, los mexicanos nos acordamos cada vez más y a cada rato de la suya.
Mujeres violentadas y asesinadas han dejado más de 5 mil huérfanos