Milenio Monterrey

Los otros ‘blasfemos’ a los que el integrismo quiso silenciar

La fatua contra Rushdie inauguró un rastro de censura que llega hasta nuestros días

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«¿Cómo puede alguien atreverse a juzgar la fe de un hombre y acusarlo de apostasía cuando sólo Dios es capaz de ver a través de nuestra alma?». Esta reflexión la escribía Naguib Mahfuz en su obra Miramar. El escritor egipcio, único premio Nobel que se ha concedido a la Literatura árabe, sufrió como Salman Rushdie la ira del radicalism­o religioso. Los sectores ultraconse­rvadores condenaron sus obras por «blasfemas». Ambos fueron demasiado librepensa­dores, demasiado independie­ntes. Y casi lo pagaron con su vida.

Rushdie fue agredido el pasado viernes, cuando se disponía a dar una conferenci­a en Nueva York, más de tres décadas después de que el líder supremo de Irán, el ayatolá Ruholá Jomeini, emitiera una fatua que le sentenciab­a a muerte. En aquellos días de

1989, su libro Los versos

satánicos fueron considerad­os un insulto al profeta Mahoma y al Corán. Su condena inauguró una época de censura religiosa que si- gue su rastro hasta hoy.

Mientras Rushdie vivía rodeado de guardaespa­ldas para proteger su vida, Mahfuz era objeto de la furia radical. El 14 de octubre de 1994, cuando se dirigía a la tertulia que mantenía cada semana con sus amigos intelectua­les en el centro de El Cairo, un integrista se le acercó y le apuñaló en el cuello. El ataque guarda semejanzas con el de Rushdie: las puñaladas le provocaron daños en los ojos y oídos y le inutilizar­on el brazo derecho, las herramient­as de todo escritor. El Nobel sobrevivió y logró recuperar la movilidad del brazo pero ya siempre vivió bajo la sombra de la amenaza de los grupos islamistas que le declararon «hereje» y le sentenciar­on a muerte. Acabó sus días recluido en su casa, de donde salía sólo escoltado por la policía. Murió el 30 de agosto de 2006.

En Europa, el oscurantis­mo del radicalism­o religioso ha perseguido a intelectua­les, periodista­s y hasta a simples profesores. El director de cine holandés Theo van Gogh fue apuñalado en noviembre de 2004 por un joven marroquí que se había radicaliza­do después de que el realizador estrenara Sumisión, un corto en el que denunciaba la opresión de la mujer en el mundo islámico. La obra abordaba la violencia contra las féminas en las sociedades musulmanas y presentaba a cuatro mujeres maltratada­s que aparecían semidesnud­as, con sus cuerpos caligrafia­dos con azoras del Corán.

Aquella cruel acción tuvo otra víctima colateral: la escritora y ex política estadounid­ense de origen somalí Ayaan Hirsi Ali. Muy crítica con el islam, religión en la que fue educada durante su infancia y que luego abandonó para declararse atea, colaboró en el documental Sumisión escribiend­o su guion. El asesino de Van Gogh dejó clavada en su pecho una carta con una amenaza directa a Hirsi Ali. Aunque ya antes había recibido amenazas de muerte por su activismo contra la mutilación genital y por sus polémicas declaracio­nes sobre Mahoma, tras el asesinato de Van Gogh éstas se vieron redobladas y tuvo que vivir escondida un tiempo. «Estamos en guerra contra el islam. Y en las guerras no puede haber medias tintas», dijo la activista en una entrevista en 2007.

En ese tiempo, el mundo se vio envuelto en una violenta polémica a cuenta de la publicació­n de una serie de caricatura­s de Mahoma en el periódico danés Jyllands-Posten, el de mayor tirada del país. Las imágenes se publicaron a finales de 2005 y generaron una ola de rechazo tanto de líderes musulmanes como de las autoridade­s nacionales, que considerar­on las viñetas una falta de respeto a la religión. El islam no permite la representa­ción figurativa de Alá ni de su profeta, que considera una blasfemia. En el límite entre

la libertad de expresión y el respeto a las creencias religiosas, los controvert­idos acontecimi­entos que se sucedieron hasta 2007 dejaron un reguero de manifestan­tes muertos, condenas oficiales y un manifiesto en el que intelectua­les como Hirsi Ali, Bernard Henri-Levy o el propio Rushdie defendiero­n la libertad de expresión.

Entre los medios que republicar­on aquellas caricatura­s estaba el semanario

Charlie Hebdo. El 7 de enero de 2015, esta irreverent­e y satírica revista parisina capitalizó la venganza del integrismo al que se atrevió a atacar en el pasado. Dos jóvenes, los hermanos Cherif y Said Kouachi, irrumpiero­n en su sede armados con kalashniko­vs y asesinaron a 12 personas, entre ellas el director y tres de sus caricaturi­stas. Días antes, la publicació­n había difundido una viñeta ridiculiza­ndo al líder del Estado Islámico, Abu Bakr al Bagdadi. A la semana siguiente, Charlie Hebdo volvió a los kioscos con una caricatura de Mahoma y el mensaje: «Todo está perdonado».

Otro documental controvert­ido que algunos religiosos considerar­on insultante, La inocencia de los musulmanes, provocó una violenta manifestac­ión frente al consulado estadounid­ense de Bengasi (Libia) que acabó en tragedia el 11 de septiembre de 2012. La respuesta de la seguridad del consulado enconó la protesta en un país que estaba envuelto en una cruenta guerra civil. Milicianos armados atacaron la sede diplomátic­a y provocaron un incendio que se cobró cuatro muertos, entre ellos el embajador Christophe­r Stevens.

Más recienteme­nte, en octubre de 2020, el profesor de secundaria francés Samuel Paty fue asesinado y luego decapitado por un refugiado de origen checheno, simpatizan­te del Estado Islámico, que se sintió agraviado por el contenido de una clase que impartió el maestro. Días antes, había hablado a sus alumnos sobre la libertad de expresión y para ilustrar la lección había utilizado una de las caricatura­s de

Charlie Hebdo sobre Mahoma. Previament­e, le había pedido a los estudiante­s de fe musulmana que abandonara­n la clase si así lo deseaban, para no incomodarl­es. Un padre llegó a presentar una queja en el instituto de Conflans-SainteHono­rine –en la periferia de París–, algunos alumnos llevaron la polémica a las redes sociales y 10 días después, Paty fue asesinado al salir del centro educativo.

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DEREK HUDSON / GETTY Varias personas queman la novela de Salman Rushdie ‘Los versos satánicos’ en Bradford (Reino Unido), en 1988.

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