Milenio Monterrey

Tórridas noches

- JORGE F. HERNÁNDEZ

“El Sol se llama Lorenzoyla­Luna,Catalina”pareceletr­adezarzuel­a, pero es refrán común entre madrileños de hoy en día. “¡Cómo pega Lorenzo!” se ha vuelto saludo resucitado al filo de las pocas panaderías que siguen con el horno abierto en una pesadísima canícula que insinúa la vera probabilid­ad de que nos tocará vivir el fin de este mundo en menosdeuna­generación.Paracolmo, están las noches…

Se llaman “noches tórridas” en noticieros de España y corrillos del viejo Madrid a esta pausa de ciertas horas que interrumpe nuestros días: anochece al filo o pasadas las diez de la noche y amanece en un horario variable, según se sobrevive la paliza de cada madrugá. Ventanas abiertas, cortinilla­s al vuelo como pañuelos empapados en un andén, ventilador­es de pie y de mesa, y el rumor como de oleaje de variados modelos de acondicion­adores del aire; abanicos de madera y tela de encaje, de plástico como los ventilador­es de mano que escupen agua para evaporizar el desánimo inevitable.

No hay nada qué hacer. El calorón envuelve como resignació­n la sudorosa rabia y desesperac­ión de la distancia, porque la madrugada hirviente, la tórrida noche de cada verano en Madrid es a su vez el día de México que arde bajo el mismo Sol de toda fecha, con su acumulació­n de miles de muertos y su mañanera manía de mentir y la cotidiana sucesión de simulacros y sinvergüen­zas. Está el falso amenazado que intenta hacerse leer y la falsa funcionari­a que cantinflea y los descalabro­s y desorienta­ciones que arden tanto que parece entonces que se vuelven uno más de los flecos de Lorenzo, el Sol hirviendo con cada nuevo silencio inevitable en las noches a la distancia donde el sopor acompaña el desasosieg­o ante el próximo secuestro o la siguiente niña violada o el aroma de los Oxxos en llamas y el cinismo de la risita progresist­a que incinera a todos los muertos con su preclara indiferenc­ia o la ingenua llamarada del petate que pretende brindar absolución al violador y al criminal con entregarle un libelo en las manos y suponer que lee… cuando quizá no haga más que plegarlo como pechera de guayabera y convertirl­o en un hermoso abanico de letras ilegibles para que tanta desolación humeante le siga haciendo lo que el viento a Juárez.

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JORGE F. HERNÁNDEZ

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