Milenio Monterrey

Una nación que dispara

- ARCADI ESPADA

EN LA mentira general del Proceso destacaron por especialme­nte malignos los días de la matanza de agosto de 2017. Mentira, y principalí­sima, fue que la policía autonómica se condujera con eficacia. Sus múltiples errores acabaron en una carnicería: incluida la de los asesinos. Pasmo general hubiera producido saber que la figura emergente de aquellos días era un cobarde. Astutament­e los líderes sediciosos lo pusieron al frente de la propaganda. Aquel Trapero mayor en uniforme saturó las fantasías del pueblo catalunyés. Se convirtió incluso en una figura sexy: era a la vez su pistola y la felicidad de verle. Y sus cómicos balbuceos, buenu, pues molt bé, pues adiós, se imprimían como endecasíla­bos. Pero solo era el cobarde que no se atrevería a desmontar el referéndum cuando pudo hacerlo; que diseñaría la cobarde doblez con que los hombres a su cargo protegiero­n, al tiempo, el referéndum y a sí mismos, burlando la ley; el que en el juicio del Supremo accedería cobardemen­te a encarnar la principal prueba de cargo contra los dirigentes políticos; y el que, cobardemen­te, antes que asumir la mínima responsabi­lidad de sus actos, declararía en su propio juicio –con graves consecuenc­ias absolutori­as– que tenía un plan para detener a Carles Puigdemont, cuando había sido su principal cómplice. Aun estos días, el vicioso

Se extraña el mundo de que ayer la escoria catalunyes­ca no guardara un minuto de silencio por las víctimas de las Ramblas

cobarde, ha sido capaz de prolongars­e, declarando que el Cni lo ayudó mucho: después de haber facilitado con su gomoso silencio de años que la sedición arrastrara una y otra vez por el fango de la calumnia al Cni y al conjunto del Estado, acusándole­s de haber organizado el atentado para lograr la disolución de la conjura nacionalis­ta.

Cualquier revolución necesita sangre y la catalunyes­ca lo sabía. De ahí que la sangre vertida en las Ramblas se adecuase capilarmen­te a sus objetivos. Sangre de gentes que pasaban. Guiris. Se extraña el mundo de que ayer la escoria catalunyes­ca no guardara un minuto de silencio por las víctimas y que, incluso, la Giganta, patético polichinel­a, acudiera a rendir homenaje a los irreductib­les. ¡Quia víctimas! Solo existieron para redondear el mito. Una nación no existe hasta que dispara. Y los muertos de las Ramblas –aquel consejero Forn, manoseándo­los, logró distinguir a los que eran catalanes y a los que eran españoles– murieron para eso. Para permitir el despliegue onírico de un cuerpo de 14.000 soldados que iba a conquistar la independen­cia con su perfecto cobarde al frente. Sangre fácil. Cuando en octubre hubo que poner sangre propia bastó una ceja rota para que la farsa armada miserablem­ente en agosto acabara.

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