Milenio Monterrey

El crimen fue en Granada

- ANTONIO LUCAS

COMO ya sabemos cómo murió (asesinado por la espalda) y quién ordenó su crimen (probableme­nte ese Queipo de Llano del ejército pilotado por Franco), a los 86 años de su muerte lo que queda es el poeta infinito. El poeta inacabado. El poeta perplejo. El poeta feroz y oscuro que se encomienda igual a una Virgen que a un mulato.

Federico García Lorca es el más moderno e irritante de la Generación del 27. Una fiesta arterial que toca el piano mientras La Argentinit­a canta y la gente alrededor enloquece y bate palmas y jalea. Es probable que su poesía no se acabe nunca. Y cada década, cada siglo, cada tiempo sume lectores nuevos que encuentren en esta escritura –poesía y teatro– un milagro, una galaxia, un inmenso caudal de belleza y de daños donde es posible mirarse como se hace en los espejos. Su modernidad es esa. También su atavío radical. Su anticipaci­ón. Su inspiració­n. Su fuerza clásica.

Lorca es, además, una esquirla política. Y una baliza cívica. Y su final prematuro (38 años), otro motivo de vergüenza colectiva. En este tiempo, la carga tóxica de las palabras recuerda que siempre hay abierta una guerra civil por cualquier causa, pero si esquivas la carga magnética de resentimie­nto histórico que se acumula en algunas bocas torcidas y entras a saco en la poesía de Lorca es posible encontrar esa otra manera de leer el mundo que traen algunos versos descomunal­es hechos –más allá de lo pianístico y ocurrente– por un sujeto fuera de sitio. Eso es lo que aún crepita en su obra. El desconcier­to. El daño. La tragedia. El llanto. La certeza de pertenecer, como adivinó Jean Cocteau, a «la raza de los acusados». Y también el miedo a ese odio que el genio despierta en los otros, disimulado de hechizo y de admiración.

De tantos millones de frases volcadas sobre él, quizá la que mejor define lo que significó, lo que significa, es esta de Jorge Guillén: «Cuando estabas con Federico no hacía ni frío ni calor. Hacía Federico». De muy poca gente se puede decir algo tan hermosamen­te meteorológ­ico.

Cuando en 1959 Eisenhower visitó España pronunció delante de Franco el caso de Lorca. El dictador lo justificó alegando que su muerte anticipada fue cosa de descontrol­ados. Nadie le creyó, como es natural. El poeta era ya era un asunto de Estado. Hace 86 años del asesinato. La siniestra aberración no se ha evaporado del horizonte. Su poesía también dispara, tan viva, contra esa rúbrica de odio.

 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico