Milenio Monterrey

El Imperio Romano, hoy

Mary Beard, autora de Doce Césares, afirma en entrevista con el periódico ABC: “Con la globalizac­ión todavía es más difícil señalar dónde está el poder. Es preocupant­e la manera en que opera este poder superior, amorfo y sin control”

- GIL GAMÉS gil.games@milenio.com

“Me preocupan la política estadunide­nse y la británica, pero no creo que sean cesaristas”

La semana se iba y Gil pescó en el aire una entrevista de Carlos Manuel Sánchez, publicada en su periódico ABC, con Mary Beard, profesora investigad­ora de la Universida­d de Cambridge y considerad­a por muchos la máxima experta mundial en historia del Imperio Romano. La entrevista se ocupa lo mismo de su nuevo libro que de la política internacio­nal actual. Gil transcribe algunos párrafos de esta plática con la autora de Doce Césares (Crítica, 2021).

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En los periódicos es raro que pase un día sin que un líder político sea representa­do como Nerón, con una lira y la ciudad ardiendo. En parte porque es un espejo del poder. Pero también es una manera de discutir sobre sus excesos.

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La versión que ha dejado Marguerite Yourcenar de Adriano no es de mi gusto. Adriano era un megalómano que levantó su propia ciudad privada. El misticismo espiritual que le añade Yourcenar no es de mi gusto. Y me temo que tampoco sería del gusto de Adriano.

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La gente quiere saber qué pasaba por la cabeza de los emperadore­s. Es una manera de asomarse a los entresijos del poder. También lo hizo Robert Graves con Yo, Claudio. Pero son elucubraci­ones modernas. Si queremos lo auténtico, hay que leer las meditacion­es del emperador Marco Aurelio. Lo sorprenden­te es que todavía son un best seller. (…) A veces malinterpr­etamos el mundo antiguo para que signifique lo que nos conviene. Y Marco Aurelio es un buen ejemplo. La gente se ha hecho esta idea del emperador filósofo y muchos lo leen como un libro de autoayuda. En realidad, era un bastardo militarist­a. La columna de Marco Aurelio en Roma está llena de masacres. No era un tipo amable.

*** Probableme­nte todos los romanos antiguos, vistos a la luz de nuestra época, eran unos cabrones. A mí no me importa que lo sean porque son unos cabrones muy interesant­es. Seguimos leyendo sobre ellos no porque sean gente agradable, sino porque nos plantean cuestiones muy actuales sobre el poder, la maldad.

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Yo creo que la mayoría de los reyes tiene el síndrome del impostor. No tengo simpatía por la monarquía, pero a veces estos me caen bien, aunque hicieran cosas horrorosas. Porque debía de ser desconcert­ante darte cuenta de que no eres mejor que nadie, pero eres el que manda. ¡Cómo asimilar que gobiernas el mundo!

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Lo primero que hacía la princesa Diana cada mañana era buscar sus fotos en la prensa. Cuando lo leí, mi primer instinto fue pensar: «¡Qué vanidosa!». Pero luego entendí: ¡estaba intentando averiguar qué significa ser Lady Di! Y eso es algo que debe de pasarles a muchos autócratas.

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Me preocupan la política estadunide­nse y la británica, pero no creo que sean cesaristas. A mí me impactaba la manera de comunicar de Donald Trump, que apelaba directamen­te a sus seguidores, sin institucio­nes de por medio. Hay un parecido con Julio César, que también circunvala­ba los canales oficiales.

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El historiado­r Tácito decía que los bárbaros eran los propios romanos. Que las virtudes había que buscarlas fuera porque la corrupción era rampante en Roma. Yo pienso como Tácito. Probableme­nte, también nosotros somos los bárbaros, pero no lo vamos a reconocer .¿ Cuándo empieza el declive de Roma? Cuando lo gana todo. En el 146 d. C. conqu is tan Corinto y ya no tienen más enemigos. Y ese mismo año empieza la decadencia.

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Estamos viendo un cambio de tendencia. Nos cuesta ver que esta élite digital tiene un poder incontesta­ble y que no rinde cuentas ante nadie. ¡Esto no existía en Roma! (…) Estoy de acuerdo. ¿Contra quién te rebelas? No lo sabes. Con la globalizac­ión todavía es más difícil señalar dónde está el poder. Es preocupant­e la manera en que opera este poder superior, amorfo y sin control.

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Como todos los viernes, Gil toma la copa con amigos verdaderos. Mientras un mesero se acerca con la charola que soporta el Glenfiddic­h, Gamés pondrá a circular la máxima de Marco Aurelio por el mantel tan blanco: “Todo lo que escuchamos es una opinión, no un hecho. Todo lo que vemos es una perspectiv­a, no una verdad”.

Gil s’en va

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