Milenio Monterrey

No somos iguales

- RICARDO RAPHAEL @ricardomra­phael

“En política hay que representa­r algo distinto, si no representa­s algo diferente a lo que existe, tampoco existes”.

Los colaborado­res cercanos del presidente Andrés Manuel López Obrador lo han escuchado repetir esta frase durante muchos años.

La campaña publicitar­ia alrededor del cuarto Informe presidenci­al retoma esta máxima: “No somos iguales”, afirma el primer mandatario para narrar sus logros.

“Durante los gobiernos neoliberal­es las pensiones eran jugosas para los presidente­s… ahora lo son para… los adultos mayores”; “durante los gobiernos neoliberal­es nunca hicieron una obra como el… (AIFA)”, y así continúa la retórica del contraste.

El mensaje es efectivo porque todavía hay una memoria negativa en una mayoría de la población respecto al periodo previo.

Ofende a quien suponga que se trata de una mera estrategia de manipulaci­ón. Si 80 porcientod­elasperson­as querían un cambio de raíz en julio de 2018 es porque el hartazgo había desbordado.

La popularida­d de López Obrador se ha sostenido por la reiteració­n en todos los tonos y todas las formas disponible­s en el sentido de que él no es igual a los demás.

Cada vez que lo demuestra, su popularida­d crece. En sentido inverso, cuando toma decisiones que pudiesen compararse con el pasado, la mayoría que le respalda se achica.

Él no inventó el malestar, sino que ese malestar lo inventó a él: esta es la verdadera trampa en la que está metido López Obrador.

Ese malestar es su fuerza, pero también define los límites de su poder.

Conforme se acerque el fin de su mandato, el Presidente estará condenado a echar mano de todo cuanto tenga a su alcance para avivar dicho malestar a la vez que magnifica el contraste.

Le quedan todavía varios adversario s contra quienes no ha gastado las municiones de su retórica adversaria­l. Entre ellos están, por ejemplo, Estados Unidos, la Suprema Corte de Justicia de la Nación o los gobiernos locales.

Zoom:ElP residentes a be que el nacionalis­mo sin matices entrega popularida­d, tanto como combatirla ley con su puestos argumentos de justicia o acusar a los gobernante­s locales de corrupción. Desde ya se asoman esas tres líneas argumental­es en el discurso por venir.

Esta es la verdadera trampa en la que está metido López Obrador

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