Nuestra cubanización
López Obrador no fue en mayo florido a La Habana, en uno de los pocos viajes internacionales que ha hecho con entusiasmo, a contratar médicos. Porque los supuestos servicios de salud que Cuba cacarea por el mundo como de excelencia no son tales; incluso si olvidáramos que México no los necesita, la primera vez que sus elementos fueron invitados al país a nuestras expensas, cuando la mortal oleada inicial del coronavirus, quedó claro que vinieron a hacer turismo, pues casi ninguno tenía entrenamiento en cuidados intensivos, fungiendo en la práctica de ayudantes de enfermeros: lavando pacientes o ayudando a alimentar internos. El servicio que Cuba vende, pues, no es el de salud sino el de lavandería; la exportación de sus médicos de aparador es la manera de santificar en los libros contables, del vendedor y del comprador, el intercambio de divisas duras.
Lo que falta ver es a cambio de qué. Cada uno de los 2 mil quinientos doctorcitos de sololoy nos sale en alrededor de 70 mil pesos mensuales, pagables en dólares o en euros directamente a la dictadura cubana y de los cuales los enviados apenas reciben poco más del 5 por ciento, mientras que un médico mexicano gana, en promedio, 17 mil pesos mensuales. Hoy nuestro presidente insiste que el país necesita de nuevo, casualmente en el marco de su intentona de legalizar la militarización de nuestras policías para que operen discrecionalmente bajo su mando, los servicios de otros 600 y pico de esos doctores que ya probaron con creces haber sido tan caros como inútiles. Con el añadido de un dato preocupante cortesía de la ONG Prisoners Defenders: los elementos que han llegado en esta última tanda al país, arropados por la opacidad de aeropuertos y aduanas mexicanas hoy controladas por nuestro Ejército, sin haber acreditado sus credenciales o capacidades como profesionales de la salud y sin conocerse clínicas o dispensarios desde donde despachen, se componen de cuadrillas militares de seguridad e inteligencia cubana a las cuales se les ha dado un entrenamiento médico cosmético. No se puede olvidar que, de todo el gabinete, a esa gira cubana el presidente se llevó al secretario de Defensa Nacional, Luis Cresencio Sandoval, y a José Rafael Ojeda, secretario de Marina.
Si una cosa está clara es que no le estamos pagando a La Habana por sus servicios de salud. Cada vez parece más evidente que lo que López está comprando con nuestro dinero es lo mismo que en su momento le vendieron los Castro a Venezuela, y que le sigue vendiendo Cuba a otras autocracias latinoamericanas afines en proceso de consolidación: cuando en el 2007 Chávez perdió el primer referendo que le hubiera permitido reelegirse a perpetuidad, su amigo Fidel le ofreció, a cambio de petróleo, ayudarle a asegurar el control absoluto de las fuerzas armadas. Darles poder, todo el poder, económico, político, policial, el control total sobre el país para que así no tuvieran intención alguna de sublevarse, pero sí de apoyar sin chistar a quien les entregó el botín completo.
Ya sabemos cómo terminó la triste historia venezolana. Lo que falta es ver qué vamos a hacer ahora con la nuestra.