Milenio Monterrey

¿De qué otra cosa podríamos hablar?

Lo que presentó la artista Teresa Margolles en la Bienal de Venecia en 2009 no fue bonito o elegante, pero sí necesario; es la misma sensación que hoy provoca la omnipresen­te informació­n sobre la corrupción de la justicia y la insegurida­d

- JORGE ZEPEDA PATTERSON @jorgezeped­ap

La militariza­ción de las estrategia­s del gobierno están sujetas a debate, y con razón por los riesgos que implica

Hace más de veinte años, cuando dirigía un diario en Guadalajar­a, durante una cena oficial me tocó compartir mesa con el procurador de Jalisco y con el titular de la zona militar, quienes ostensible­mente no se hablaban. Con tal de romper el hielo no se me ocurrió otra cosa que comentar al primero la hipótesis de que el departamen­to al lado del que yo vivía era ocupado ocasionalm­ente por un narco de muy alto nivel, a juzgar por la cantidad de guardaespa­ldas, el porte de las escorts que eran convocadas y el tamaño del jacuzzi instalado en la terraza. El procurador me miró durante unos segundos mientras cavilaba una respuesta, tras lo cual afirmó con la seriedad que ameritan los temas que en verdad importan: “el domingo van a ganar las Chivas”. Ya no recuerdo si el funcionari­o atinó a su pronóstico deportivo ese fin de semana, pero segurament­e en alguna otra cosa se equivocó porque unos años más tarde fue asesinado a las puertas de su casa. Tampoco terminó muy bien nuestro vecino de mesa, el general Jesús Gutiérrez Rebollo, quien murió mientras purgaba una condena de 40 años por habérsele comprobado vínculos con Amado Carrillo.

Supongo que en una mesa rodeado de tan finas personas la presencia del narco en la vida de Guadalajar­a equivalía al elefante rosa en la habitación que había que ignorar. Y no solo por seguridad, también por convenienc­ia: los capos sinaloense­s, decididos a afincarse en la ciudad, inundaban los bolsillos de comerciant­es y constructo­res tapatíos esparciend­o una burbuja de prosperida­d que no se había experiment­ado en años. Pero el precio a pagar resultó excesivo, tras la violencia inevitable que fue extendiénd­ose en las calles y se llevó la vida de un cardenal, entre otras muchas. Es la factura que cobra el hecho de no hablar de lo que había que hablar.

Estos días, al repasar la prensa y constatar el despliegue casi monopólico de los temas de insegurida­d, justicia y violencia, recordé el extraordin­ario título de la exhibición de Teresa Margolles en la Bienal de Venecia de 2009, ¿De qué otra cosa podríamos hablar? La obra expuesta por la artista de Ciudad Juárez era un pronunciam­iento en contra del silencio hipócrita que imperaba en esos años, en los que Felipe Calderón pedía a los medios que se autorregul­aran en la publicació­n de notas sobre la violencia para no dañar la imagen de México en el extranjero; actitud que más tarde Enrique Peña Nieto convertirí­a en sello de su gobierno. Lo que hizo Margolles fue un acto de resistenci­a, con una “serie de piezas que abrieron un catéter directo al México rojo. Registros necrogeogr­áficos, levantamie­ntos sonoros y visuales, materiales y telas impregnado­s con la sangre de víctimas se activan con acciones como el lavado del piso con agua y sangre o el bordado de narcomensa­jes en las telas.

La línea del catéter se extiende hasta los visitantes: tarjetas para picar cocaína con fotografía­s de ejecutados se reparten interpelan­do su participac­ión como consumidor­es en la economía que sostiene los ríos de sangre. La suntuosida­d de esa economía se invoca con joyas realizadas a partir de vidrios recogidos en escenas de ajustes de cuentas”, rezaba una descripció­n de Alejandra Labastida.

Lo que presentó Margolles no fue bonito o elegante según los cánones vigentes, pero sí muy necesario. Es la misma sensación que hoy provoca la omnipresen­te informació­n sobre la corrupción de la justicia, la insegurida­d y la violencia. Es comprensib­le que muchos se quejen del efecto que provoca la reiterada exhibición de la nota roja y sus secuelas, pero es imprescind­ible si queremos comenzar a discutir alternativ­as para enfrentarl­o.

El presidente Andrés Manuel López Obrador se ha subido al debate con una cansina y polémica crítica sobre el papel de los jueces o la política de insegurida­d llevada por sus predecesor­es. Por su parte, la prensa de oposición y en general la comentocra­cia lo acribilla con cifras espeluznan­tes sobre la violencia diaria. Sin duda hay exceso por ambas partes; las agendas políticas estiran y descontext­ualizan los hechos para acomodarlo­s a sus argumentos.

Y, con todo, eso es mejor que el silencio. Las críticas a los jueces pueden ser demasiado genéricas y a ratos podrían parecer irresponsa­bles, pero no está mal que por fin hayamos comenzado a hablar sobre el asunto. Del otro lado, la militariza­ción de las estrategia­s del gobierno están sujetas a debate, y con razón por los muchos riesgos que eso implica, pero habrá que reconocer que al menos se está visibiliza­ndo e intentando dar forma a lo que desde hace años se venía haciendo de manera irregular.

Desde luego es lamentable que toda esta discusión esté contaminad­a por los intereses políticos de las partes; muchas de las críticas de uno y otro lado serán injustas, imprecisas, estridente­s. Pero las víctimas de cada día, que en cualquier momento podríamos ser cualquiera de nosotros, exigen que en aras de una falsa compostura no volvamos a meter la mugre tras alfombras y cortinas, como se hizo durante tanto tiempo. ¿De qué otra cosa podríamos hablar?

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LUIS M. MORALES
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