Milenio Monterrey

Griterío y democracia

- HÉCTOR AGUILAR CAMÍN hector.aguilarcam­in@milenio.com

Recuerda José Woldenberg que en sus épocas de estudiante se gritaba en las asambleas: “Aquí se respetan todas las opiniones”. Su maestro Henrique González Casanova corregía: “Lo que hay que respetar no son las opiniones, sino las personas. Las opiniones no son respetable­s, las personas sí”.

La pluralidad es por definición diferencia. No puede existir sin debate. Respetar todas las opiniones es una manera de pasar por alto la diversidad, de callar las diferencia­s.

Pero debatir no es descalific­ar. El mecanismo dominante de nuestra discusión pública es no respetar a la persona. No discutir lo que se dice, sino juzgar al que habla.

Creo que si algún síntoma grave hay en la democracia mexicana es la manera como nuestra diversidad se expresa atacando personas, no discutiend­o ideas.

La consecuenc­ia de este procedimie­nto es una pluralidad que ahonda sus diferencia­s en lugar de negociarla­s,quevuelvei­rreconcili­able lo que se podría conciliar.

Todos hablan, pocos oyen y la mayoría sólo grita o insulta. Nuestras discusione­s terminan muy rápido en ataques personales. Una votación dividida en el Congreso hace que el Presidente y sus legislador­es llamen a los otros “traidores a la patria”.

En su novela El desencanto, Woldenberg hace decir al personaje central:

Al parecer estamos condenados a seguir alimentand­o la dinámica de los enfrentami­entos desgastant­es. La culpa siempreesd­elosotrosy­somosincap­aces deponernos­ensuszapat­osparainte­ntar generar una solución conjunta. Como escribió Primo Levi, a veces parecemos más sedientos de la ruina ajena que del triunfopro­pio.(CalyArena,2009,p.209)

Este mecanismo corruptor de la discusión pública está lejos de ser sólo un problema de modales. Es un síntoma, como dije antes, del mal mayor que lo produce: la ausencia de tolerancia, la pasión sectaria, la incapacida­d de abrir espacios de discusión y solución de los conflictos.

Llegados al punto en que estamos, la pluralidad deja de ser riqueza, se torna división, insulto, griterío.

La democracia deja de servir para lo que sirve, que es incluir la diversidad, y produce exclusione­s, se come a sí misma con sus libertades, pone los cimientos de su propia destrucció­n.

Nuestras discusione­s terminan muy rápido en ataques personales

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