Milenio Monterrey

Diane Arbus

- AVELINA LÉSPER

Entre los numerosos vicios tecno-sociales está el selfie, esa manía ociosa de fotografia­rseen cada momento, que incluso lleva a una exhibición exhaustiva de la intrascend­ente intimidad de millones de personas. El selfie no es un retrato fotográfic­o. Lo podemos comprobar al analizar la obra de una gran retratista, que además revolucion­ó el concepto de la construcci­ón de esa memoria en imágenes: Di a ne Ar bus.

La tradición de re tratar personas y caracteres, de llevar hasta las últimas consecuenc­ias la fisionomía humana inició con la Edad Media y el Renacimien­to. Las obras del Bosco y Brueghel, con personajes terribles y conmovedor es, alcanzó su apoteosis en el Barroco, con las obras de Caravaggio, José de Ribera y Diego de Velázquez. Los enanos de las cortes, los mendigos de las calles, gente enferma, la famosa Mujer barba da, borrachos, todo era susceptibl­e dese runa obra maestra.

En la fotografía también surgieron esas imágenes, pero más posadas y formales, hasta que en el siglo XX una mujer que fotografia­ba a sus familiares comenzó a mirara su alrededor en las calles de Nueva York. Di a ne Arbus observó a sus vecinos, a los paseantes, y personajes nocturnos, encontró el patetismo y la profunda humanidad en seres que sienten y habitan su circunstan­cia desde la singularid­ad.

Las fotografía­s en blanco y negro los hizo más míticos, son profundame­nte humanos, pero son una obra, son artificio. Hay algo en sus fotografía­s que entre en el fondo del alma de estas personas y las retiene con infinito respeto. No las juzga, les da un espacio de ser, y ellas se dejan seducir por su cámara y se abren con pasividad a ser secuestrad­os un instante. Influenció ala fotografía contemporá­nea, la cambió radical mente, encontró en la fealdad la belleza que consiguier­on en el Barroco, y la llevó a otra trascenden­cia, a esa que nos dice que así somostodos.

Las gemelas que Kubrick recreó en la película The sh in ing, que parecen terrorífic­as, en la fotografía de Ar bus sonríen orgullosa s de ser retratadas con sus vestidos idénticos, hay inocencia, es naif su actitud, con esa formalidad de los niños cuando se saben admirados. El retrato se ha trivializa­do a tal grado que ya no apreciamos la diferencia entre una obra de arte y una reacción inmediata de fotografia­r se.

En una escena casi teatral, una pareja de adultos de unos 70 años posan desnudos en su casa; ella trae puestas sus sandalias y él sus zapatos, blanquísim­os y rubios, sonríen en la sencilla sala. ¿Cómo les pidió esa pose, cómo lo consiguió? Ella dice en una entrevista que no lo sabía; llegaba a las casas sin esperar nada, sin expectativ­as, y peguntaba si los podía fotografia­r y después de una conversaci­ón breve, la gente accedía. Incluso confiesa que al mirarla s fotos revela das no entendía cómo lo había logrado.

El retrato fotográfic­o va más allá de la fotografía publicitar­ia, eso únicamente muestra un producto, las obras como Arbus muestran un ser humano y esa diferencia los hace inmortales.

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