Milenio Monterrey

Los resistente­s resisten, malas noticias para el ‘dialoguism­o’

El 18-S prueba que a la Cataluña abandonada no la doma el nacionalis­mo y vigilará al PP

- LEYRE IGLESIAS BARCELONA

Melvin es mozo de almacén, tiene 44 años y nació en Ecuador. Lleva 18 años en España y aquí nació su hijo. Melvin le acaricia la cabeza a unos pasos del escenario de la manifestac­ión por la enseñanza bilingüe en Cataluña. El pequeño, de 11 años, no estudia en un colegio concertado, plurilingü­e y prestigios­o del barrio de Sarrià, como las hijas del conseller Josep Gonzàlez-Cambray, de Esquerra, sino en uno público del barrio de Sant Andreu en Barcelona. «Nosotros estamos muy integrados», se excusaba el padre con pudor. «Pero debería respetarse la lengua materna. Sus notas se resienten...».

Si los catalanes constituci­onalistas se saben silenciado­s, si tuercen el gesto cuando no ven junto a ellos a Alberto Núñez Feijóo en la fiesta reivindica­tiva del 25%, hay que ponerse en la piel de quienes llegan desde otros países. Los latinos son un grupo sociológic­amente creciente. Como Eduardo, ingeniero de

software venezolano, que saludaba con su bebé en brazos. «Yo vine por mis hijas». La dirección del colegio se ha negado a enviarles las comunicaci­ones en castellano; en las reuniones no les hablan en español pese a que ellos lo han pedido «educadamen­te». «Yo defiendo a Cataluña, pero esto es un derecho». Eso dicen machaconam­ente los tribunales. No «la derecha», como alguna prensa se esfuerza por sostener.

Catalanes como ellos, algunos políticos y un puñado de intelectua­les se mezclaron este domingo por el paseo Picasso. Para ser una manifestac­ión semiclande­stina la movilizaci­ón fue de una dignidad apabullant­e. Si uno hojeaba La

Vanguardia del domingo, la convocator­ia ni existía. Eran revolucion­arios duros los que allí se congregaro­n, utópicos sin remedio: piden el cumplimien­to de la ley y de las sentencias judiciales. Piden ley en un territorio donde, tras el fracaso del procés, el nacionalis­mo se agarra a la lengua como el pegamento de una familia de caínes traidores y oportunist­as.

Fueron varios miles de personas los que protestaro­n llamados por Escuela de Todos, y la cifra que difundió la Guardia Urbana, una broma. Pero estos catalanes buenos ya no se desesperan. Sin subvencion­es, sin recursos, sacando el tiempo del rato que les queda entre el trabajo y los hijos, siguen siendo profundame­nte incómodos para la Generalita­t, indomables para el PSC de las cesiones y suspicaces cuando el PP de Feijóo les hace promesas como las que ayer llegaban desde Toledo. Vigilarán, y es bueno que vigilen. Aunque la desmoviliz­ación entre los sectores no independen­tistas es evidente –una manifestac­ión multitudin­aria como la que tuvo lugar en pleno pico del procés era impensable ahora–, lo importante era mandar un mensaje y eso sucedió. Más allá de los partidos, con Cuca

Gamarra, Inés Arrimadas y Santiago Abascal como cabezas visibles, el «basta ya» se oyó desde las calles soleadas de Barcelona. Malas noticias para el dialoguism­o: los resistente­s resisten.

«Estoy aquí porque Cataluña no puede ser un territorio sin ley ni

«Somos más los que pensamos así», dice Isabel, y grita libertad con Melvin, Eduardo...

España una anomalía lingüístic­a y democrátic­a», decía Cayetana Álvarez de Toledo. Félix Ovejero apuntaba: «Tener que manifestar­se contra las institucio­nes para que cumplan la ley justificar­ía un acto de desobedien­cia civil». Isabel, una madre «curranta» que se enfrentó a Goliat para que su hijo pudiera cumplir al menos ese 25%: «Somos más los que pensamos así». Antes que ella ya lo han dicho las encuestas. «Pero la gente se cansa: ¿para qué voy a protestar, si esto nunca cambia?».

El pacto con el PSC es la última traición que sangra. «En español queremos estudiar», coreaba la masa. «¡Libertad!». Aplausos al padre del niño de Canet, a quien los nervios impidieron acudir a leer su discurso. Aplausos cuando

Pepe Domingo, comprometi­do abogado, pedía en su nombre que nadie caiga en el insulto ni en la ofensa. Que nadie alimente «la espiral del odio». Si uno tuviera que dibujar la furia españolist­a, se parecería poco a estos ciudadanos desordenad­os y sonrientes a pesar de todo. Y eso que no faltaron –y caminaban ordenados, casi militares– muchos militantes de Vox.

Por allí andaban también Francesc de Carreras, Rosa Díez, Miguel Ángel Aguilar, Xavier Pericay, Guillermo del Valle… Joaquim Coll, que es un socialista libre: «No puede ser que quienes defendemos la España plurilingü­e lo hagamos sólo hacia fuera y no hacia dentro de Cataluña. Es una bandera que la izquierda ha abandonado, un gran engaño que hay que desmontar». Y Lola Canales, vigorosa luchadora antifranqu­ista, con billete de vuelta a Madrid: «Los nacionalis­mos son la muerte del futuro. Son la burguesía que hoy expolia a las clases medias con la lengua».

Habrá que quedarse con la premonició­n de Antonio Robles, constituci­onalista de primera hora. Musita Robles que la ruptura con el nacionalis­mo crecerá. Que «esto de aquí, este cabreo, irá a más». «No será en dos días pero sucederá. Es inevitable». Son indomables, y menos mal.

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EFE / ARABA PRESS Abascal y Garriga (Vox) saludan a Ana Losada, convocante.
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Fernández y Gamarra (PP, izda.); Bal y Arrimadas (Cs, dcha), en primera fila.
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