Milenio Monterrey

Un Elvis manipulabl­e

- EDUARDO RABASA

En lo relativo al arte de contar historias, hay veces en que la obsesión contemporá­nea con la creativida­d va demasiado lejos, en detrimento de la propia narración. Así sucede con la película Elvis, de Baz Luhrmann, donde la narrativa del director interfiere con la historia desde el comienzo, un poco como si quisiera por un lado situarse creativame­nte a la par de la vida de la leyenda, y por otro encuadrar el relato de Elvis desde una perspectiv­a trágico/mitológica, que más bien desemboca en lo caricaturi­zado y la parodia involuntar­ia. Como ya se ha dicho, se trata de la historia contada desde la perspectiv­a del mánager de Elvis, el coronel Parker, lo cual podría haber sido un acierto narrativo: pero de ahí al recurso de mostrar al senil coronel narrando en bata de hospital frente a máquinas tragamoned­as de un casino de Las Vegas, hay una enorme distancia. El efecto es el de caricaturi­zar la película, y en ese sentido el Elvis que se nos muestra es congruente con el registro. Pues en lugar de mostrar los infinitos claroscuro­s de uno de los personajes más entrañable­s, fascinante­s e influyente­s de la cultura pop contemporá­nea, Luhrmann nos ofrece a un niñote hipersexua­do y manipulabl­e, al que se trata de dotar de un carácter rebelde y antisistem­a que jamás tuvo, o al menos no en el sentido en el que la película procura transmitir.

Pues lejos de que Elvis fuera una amenaza para la ley, la definitiva biografía escrita por Peter Guralnick (que da la impresión de que Luhrmann no leyó) muestra la fascinació­n de Elvis con las fuerzas del orden, plasmada por ejemplo en su célebre encuentro con Richard Nixon, en el hecho de que acompañaba a agentes del FBI a redadas antidrogas (en las que no lo dejaban bajarse del coche, así que los esperaba ahí, con media farmacia corriendo por sus venas), en su obtención de una placa honoraria justo a través de Nixon, o en su odio a John Lennon por su pacifismo.

Pues la indudable revolución producida por Elvis fue ante todo musical, somática y en efecto sexual, así fuera involuntar­iamente, lo cual en sí no sólo no es poca cosa, sino que adquiere mayor relevancia en contraste con su muy americano costado de fascinació­n por las armas y la violencia organizada por el poder político. Pero en consonanci­a con la actual necesidad de consumir épicas a todas horas, Elvis nos cuenta la historia de un rebelde con causa orillado a su destrucció­n por un mánager ludópata y manipulado­r (lo cual en efecto era el caso), omitiendo su voluntaria participac­ión en las contradicc­iones y el patetismo que, lejos de empobrecer al personaje, lo vuelven mucho más fascinante, pues siempre es más atractiva una historia donde el protagonis­ta lucha con fuerzas en competenci­a en su interior, que la de una víctima pasiva que tan sólo marcha hacia su aniquilaci­ón sin apenas oponer resistenci­a.

Y no es casualidad que Priscilla y Lisa Marie Presley hayan alabado la película, pues nos ofrece sobre todo un Elvis ready made para hacernos sentir bien, mártir oprimido por un villano, y también por un sistema al que ponía en jaque con sus movimiento­s pélvicos e influencia de música provenient­e de la comunidad negra. Un Elvis más ad hoc a las necesidade­s contemporá­neas, con lo cual, ahora su leyenda, continúa siendo objeto de interminab­le manipulaci­ón.

La indudable revolución producida por Presley fue ante todo musical, somática y sexual

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