El gobierno y las salchichas
Célebremente dijo Bismarck, el canciller alemán: “Al que le gusten las salchichas y las leyes que no vaya a ver cómo se hacen”.
Quería decir que el proceso de la negociación política está lleno de mezclas groseras y que la superficie tersa que muestra el producto final trae adentro cualquier cantidad de vísceras, pellejos, sobras y cartílagos machacados.
El arte de vender salchichas consiste en esconder el proceso a los ojos del público y mostrar sólo el resultado, sin su impresentable gestación.
No recuerdo una época de la política mexicana en que hayan quedado tan a la vista del público las miserias de la máquina de hacer salchichas.
El gobierno y su partido no tienen ningún escrúpulo en mostrar a los legos de qué se trata ese lado duro de la política, y de qué desnuda manera lo practican.
La variedad de salchichas procesadas en este gobierno es rica y de altos registros: un ministro de la Corte, un presidente de la Comisión Reguladora de Energía, un aspirante a la Presidencia de la República, una antigua colaboradora del jefe de Estado, un ex senador, un ex director de Pemex, un cogollo de empresarios obligados a pagar impuestos que estaban en litigio, un póker de gobernadores que entregaron electoralmente su estado, un presidente del PRI que se mudó de la oposición a la sumisión.
La lista podría extenderse mucho porque no hay pudor en el uso de la máquina salchichera, como ha sido claro estos días en el Senado. Por el contrario, la máquina se usa con un propósito de visibilidad, como castigo para unos y como advertencia para todos.
La máquina de hacer salchichas se llama politización personalizada de la justicia. Su mecanismo es el siguiente: se acusa a alguien de un delito que exige prisión forzosa, con familiares incluidos; se ofrece al imputado rendición o cárcel; la rendición se premia con impunidad; la resistencia se castiga con cárcel.
No hay en esto novedad salvo por aquello de que la cantidad importa. Unas cuantas salchichas son mancha “normal” de cualquier gobierno. Pero cuando las salchichas se vuelven legión, el gobierno parece sólo una impresentable salchichonería.
EL PAÍS DE NUNCA JABAZ/QUIÉN ES QUIÉN EN LAS VERDADES
No hay pudor en el uso de la máquina salchichera
Londres. En esta última parte de la entrevista con Marcelo Ebrard en la embajada de México en Reino Unido, pareció no dejar espacio para buscar la candidatura presidencial por otro partido que no sea Morena ni con otro liderazgo que no sea López Obrador, a pesar de que hay quienes no lo ven en la primera línea de su sucesión, donde ubican primero a Claudia Sheinbaum y a Adán Augusto López Hernández.
—Yo quiero ganar la encuesta que Morena va a hacer y creo que la puedo ganar por lo que dicen las encuestas que conozco. Entonces no tendría por qué pensar en otra ruta. Soy parte del gobierno, a Andrés lo he apoyado desde 1999 cuando era candidato a jefe de Gobierno. Entonces no tendría yo por qué pensar en otra ruta distinta que no sea Morena y López Obrador —me respondió.
Cuando le pregunté si esto de ser precandidato altera la relación con la jefa de Gobierno y con el secretario de Gobernación, me dijo:
Yo creo que se puede introducir un elemento de tensión que siempre va a haber porque estás en competencia. Pero hay que ser inteligentes y ver cuál es el límite que quieres y en la medida que vayas en un conflicto y eres más visible, pues te vas a convertir en un problema para el Presidente y eso no conviene a ninguno de los tres.